viernes, 26 de junio de 2020

Dark, Edipo Rey y el destino humano

Había tenido un noviazgo largo desde el inicio de la carrera, pero eso no impidió que después de la ruptura me sobreviniera el verano más árido de la vida. Un año entero de contemplar lo que no podía tener y de cinco contra uno. Así que cuando volví a Barranquilla en diciembre de 2018 me sorprendió la mano de Paulina en mi hombro, su sonrisa incitante y sus ojitos atentos. Fue en una fiesta organizada por mis viejos compañeros del colegio en la casa de Jhon Jairo, mi amigo músico. Tropezamos varias veces allá y aquí; ella cada vez más ebria, más tierna, más abierta. Jhon debió notar el jueguito porque me extendió un chicle al tiempo que me decía “...bésala, campeón”. Paulina había sido un amor de colegio jamás confesado, aunque persistente a lo largo de los años, hasta que no la volví a ver después de que me gradué y me vine para Medellín. Mastiqué el chicle hasta quitarle el sabor. La vi sentarse en el sofá del fondo de un breve corredor y entonces me llené de valor. Iba hacia ella (sin que ninguno de los dos bajara la mirada), pero a mitad de camino me acordé del chicle. En un rápido movimiento fui hasta la cocina a tirarlo.  Y regresé hacia donde me dirigía solo para encontrarme a Paulina encorvada vomitando en el suelo sobre sus propios pies. Me volví sobre mis pasos y fui a decirle a Jhon: “Paulina se está desahogando en el sofá”, a lo que él respondió “Ah, jueputa”. 


¿Crees en el destino? 



Al inicio de la cuarentena mi novia y yo empezamos a ver Dark, la serie de Netflix. En pocos días acabamos las dos temporadas que están disponibles. A medida que iba viendo cómo unos eventos se relacionaban con otros no podía evitar albergar un poco de esperanza acerca del cambio. Es decir, creía que en la serie el curso de los acontecimientos podría ser alterado gracias a breves pero decisivos momentos de lucidez. Y en cierto modo quería que así fuera. Luego, sin embargo, me acostumbré a la idea de que no había nada que cambiar. Que, pasara lo que pasara, los personajes no iban a alterar el curso ya definido de los acontecimientos, porque estaban presos su en propia manera de entender el mundo y de tomar decisiones. Como espectador me sentí asistiendo al desenvolvimiento inevitable del destino. En Dark el personaje es tanto presa del hado, como presa de sí. 


El primer episodio de la serie adelanta lo que vendrá. Antes de que Mikkel se pierda, Ulrich, su padre, comenta: “¿Nunca te preguntaste cuándo perdiste el camino? ¿Cuándo tu vida se convirtió en lo opuesto de lo que querías?”. ¿Y por qué la nota de suicidio de Michael no puede ser abierta antes de las 10:11 p.m del 4 de noviembre? Pues porque saber que él es el niño que se extraviará esa noche podría cambiar el curso de la historia, con lo cual el suicidio resulta de una decisión basada en el contraste entre el amor y la vida, entre el amor que Mikkel adulto (Michael) siente por su hijo y el deseo mismo de vivir. Jonas gana la partida en la decisión de su padre; así es como más adelante vemos que ese chico que sufre por la muerte del papá es en realidad la causa primera de esa muerte, el germen de la noción de suicidio. A medida que avanzaba en la serie y mientras me acostumbraba a la idea de que nada podría ser alterado, me pregunté: ¿dónde he visto esta misma situación? Esa historia en la que un personaje tiene un destino demarcado del cual aunque intente huir, solo estará precipitándolo. Entonces recordé la historia de un rey Tebano que quiso escapar de casa para no matar a su padre ni desposar a su madre, solo para encontrarse a la vuelta de los años en la misma situación que quería evitar, maldito por sí mismo y por los dioses y aborrecido por un mundo que sin entenderlos condenaba sus actos. 


Ojalá recuerdes la primera vez que leíste Edipo Rey, de Sófocles (496-406 a. C.). Piensa en la forma en que los acontecimientos fueron revelados, cómo el autor iba soltando trozos de información acerca de los orígenes del protagonista, la manera en que la obra hace que sientas empatía por Edipo, las partes de la narración en que todo empieza a encajar de tal forma que, al final, solo es posible expiar la culpa con la muerte, la  expulsión o la ceguera. ¿Podría ser Edipo Rey un precedente de Dark y del resto de películas que hablan sobre el destino, un destino no ya demarcado por los dioses sino actualizado por la ciencia de los viajes en el tiempo? Quizá. La gran pregunta de esta clásica tragedia griega es ¿tenía la culpa Edipo del fin al que había llegado? No, claramente. En últimas ¿cómo tener ninguna responsabilidad en los resultados de unas acciones cuya realización ya estaba predestinada? Mi profesor de literatura griega nos dijo su interpretación de por qué Edipo se saca los ojos: “¿Cuáles son los espejos del alma?  Edipo se los saca ojos porque tiene herida el alma”.


El destino es una idea que ha estado en las raíces de nuestras tradiciones por mucho tiempo, sin importar si es entendido como una fuerza superior, una relación circular en la cronología de los hechos o un condicionamiento social declarado. 


La idea de destino en Dark funciona porque la serie logra vencer la paradoja temporal del abuelo. Hay un capítulo de Futurama (el tercero de la séptima temporada, Decisión 3012) en el que un viajero del tiempo llega al pasado (es decir, el presente de la serie) para evitar la reelección del presidente Nixon, cuya subsecuente ineptitud provocará un apocalipsis robot por el cual los humanos serán relegados al escalón más bajo de la sociedad. Estos humanos del futuro envían a un elegido que logra estudiar leyes en Harvard, entrar en la contienda política y presenciar su propio nacimiento. El senador Chris Travers es elegido presidente luego de una inteligente campaña liderada por Leela. Pero el resultado es que, puesto que Nixon no fue electo, nunca hubo apocalipsis robot y por lo tanto los humanos del futuro nunca enviaron a nadie a ganar la elección. El senador desaparece en una onda temporal que modifica toda la línea de los acontecimientos y al final Nixon gana.  En Dark la relación causa-efecto está enmarcada en un loop, donde así como el pasado influye el futuro, el presente influye el pasado; de tal forma que no se reconoce un inicio de las acciones, porque causas y consecuencias intercambian roles dependiendo del punto de vista. Este equilibrio circular ha sido explorado en películas como Interstellar (2014) o Predestination (2014). La pregunta que antes le hicimos a Edipo Rey vuelve: ¿en un mundo así qué tanta responsabilidad tenemos en la realización de nuestras acciones? Y... ¿existe la libertad?


El destino se ha expresado en muchas culturas a lo largo del tiempo. En la Grecia antigua el destino era un poder superior incluso a los dioses, era el dios último. Ni siquiera Cronos pudo escapar de él. Desde antes del nacimiento de sus hijos sabía ya que uno de ellos repetiría el ciclo del cambio de poderes que él mismo había iniciado con la castración de su padre, Urano. Nada de lo que el dios hizo pudo evitar que Zeus lo desterrara junto a los demás titanes antes de ocupar el olimpo. Hoy en día muchas personas creen en el plan de Dios. Dios instaura un camino, a veces lleno de dificultades, que lleva hasta él siempre y cuando aceptes a Jesús como su hijo y tu salvador. En esta visión el destino opera a medias, puesto que el cristianismo admite la existencia del libre albedrío, la base por la cual se juzgan las acciones, sean buenas o malas. 


En lo personal creo que la idea de destino nace de la congénita sed de sentido que tenemos los humanos. Como no soportamos la idea de que no hay una razón concreta para la existencia, queremos diseñar un plan cósmico en que encajemos. Y aun cuando los roles en el universo han dejado de estar boga gracias a la educación humanista, todavía creemos que las cosas pasan por algo. Por algo Jhon me dió ese chicle aquella noche: sin saberlo, me estaba previniendo del desastre. Nunca fue mi destino estar con Paulina, ni en los años del colegio ni en esa fiesta. El universo había hablado... En realidad inventé esa historia. No conozco a ninguna Paulina, pero el hecho de que nos gusten estos cuentos prueba mi punto: no somos buenos para manejar la idea de que nada pasa por nada. Y ni siquiera es de mi autoría la anécdota: se la robé al personaje interpretado por Joaquin Phoenix en Signs (2002), otra película sobre la predestinación y los mensajes ocultos. 


Dark juega con nuestras expectativas porque de antemano fuimos educados para creer que podemos cambiarnos a nosotros mismos, al mundo y a los demás. Desde la escuela aprendemos que el sentido de la vida emana de nuestros corazones y no de férreos dictados divinos, sociales o familiares. La serie muestra que las condiciones nos hacen quienes somos en realidad y que nuestras decisiones no salen de la nada,  sino que están inscritas en lo que hemos aprendido a sentir, amar y respetar. Quizá la lección del destino es que hay cosas que no podemos evitar, como el dolor, la decepción y el sufrimiento; y otras que tenemos que construir, como la felicidad, la inteligencia y el bienestar. 







miércoles, 17 de junio de 2020

Ahora soy un Malpensante

   No sé si esto importe, pero por algún lado debo empezar: tengo la misma edad que la revista El Malpensante, 24. Lo que significa que cuando la conocí desde su fundación habían pasado 14 años, tiempo suficiente como para que fuera ya otra revista distinta a la que salió por primera vez en el 96 y ahora diez años más tarde, cuando por fin soy suscriptor, otra más, resultado de tantos azares y puesta en el contexto de un mundo cada vez más digitalizado. Pocas veces tenemos una visión tan amplia de la vida de una publicación impresa y cultural, al menos en Colombia. Antes ya he dicho adiós a otras revistas: a Bacánika (que desde hace rato solo existe en digital), a El Librero (totalmente extinta) y en forma más reciente a Arcadia, cuya versión impresa no soportó la crisis de la pandemia. Con lo cual puedo decir, desde un punto de vista muy personal, que El Malpensante me esperó. Aguardó a que yo dejara de ser un puberto, a que tuviera formación universitaria y a que pudiera pagar la suscripción anual. (En realidad fue un regalo de cumpleaños, pero ustedes entienden el punto).


     Cuando me llamaron para validar mi suscripción la chica me preguntó: “¿Cómo conoció la revista?” “Como buen hijo de la clase media trabajadora que no se detiene a leer un carajo porque está ocupada sobreviviendo (o fornicando): en la escuela” quise responder. Pero me salió un “... desde el colegio”. Por que hay que ver que en la Barranquilla de hace una década, como en la Barranquilla de hoy, no había forma de enterarse de la existencia de una publicación capitalina, literaria, independiente, con textos de largo aliento y que no estuviera demasiado  condicionada por localismos sosos. Y no supe de la revista en clase de español, sino en el pequeño grupo de escritores parvularios que teníamos junto a una maestra buena onda y que se llamaba El espejo y la máscara. Todavía recuerdo el título del primer cuento que leí en El Malpensante: Maletas. El nombre de su autor he tenido que googlearlo: Ángel Unfried. 

     Si parto de aquella tarde de lectura en voz alta y me extiendo hasta hoy, no podría entender mi formación intelectual sin que la revista tuviera parte en ella. Sobre todo porque durante la adolescencia lo que más anhelaba era aprender a escribir y en últimas convertirme en escritor. Cosas ambas que sigo queriendo y que todavía no soy, pues no vivo de nada de lo que escribo *llora un momento*. El equipo de El Malpensante tiene un ojo editorial crítico y agudo que muy pocas veces deja pasar deslices de cualquier tipo. Leer la revista es una lección de cómo se escribe, tan simple como eso. Sobre todo porque en las universidades sigue sucediendo aquello de lo que Fernando Vallejo se queja en tantas de sus entrevistas: que los profes no enseñan a escribir porque no saben hacerlo. Con lo cual es muchas veces necesario recurrir a la lectura autodidacta con tal de aprender el oficio.

     Tiempo después de aquella tarde en que conocí la revista y luego de enterarme de que en Barranquilla solo la vendían en la librería Nacional, como todavía es así, encontré un tesoro. En el estante más bajo de una biblioteca llena de libros de matemática estaban un par de columnas de tamaño conocido. Al parecer mi tío Germán, que ha vivido en Bogotá desde muy joven, le había referenciado la publicación a otro de mis tíos, Jesús, quien al parecer estuvo suscrito por un par de años a El Malpensante. Debí emocionarme mucho con tal descubrimiento, pues a partir de entonces las visitas a lo de mi tío se hicieron más frecuentes y en cada vuelta a casa traía conmigo uno o dos números escondidos en el morral del colegio. En aquella época el valor de la revista para mí era altísimo, teniendo en cuenta que la librería quedaba en Country y yo vivía en El Silencio (es decir, lejos) y que de todas formas no tenía dinero para comprar una nueva. Yo imaginaba que estaba robando algo de gran valor en beneficio de mi propio deseo (y quizá lo era), pero visto desde una perspectiva adulta, lo más probable fuera que mi tío ya no tenía nada que hacer con esos números viejos y no veía problema en que misteriosamente estuvieran desapareciendo. Yo leía los números viejos como si fueran la noticia más reciente. Y esto es algo bueno de la revista: como sus textos tienen en su mayoría un carácter ensayístico su vigencia expira mucho tiempo después de haber sido escritos. 

    En fin, esta columna es solo una forma de celebrar que, después de haberla comprado en librerías de libros de segunda (o “leídos” como las llaman sus dueños), en promoción de feria o de vez en cuando en la librería de la universidad, la revista ahora me llega a mi casa. ¡Muchas gracias a Germán que me regaló la suscripción!