viernes, 9 de octubre de 2015

Breve historia de terror



Seguramente el lector ha visto esas películas de terror en las que el personaje se encuentra frente a un oscuro vacío. Puede ser un sótano, un bosque. La cosa es que este personaje se acerca lentamente con una temblorosa luz de linterna al lugar donde el monstruo se encuentra. Todo espectador ha dicho o pensado el consabido “Por favor, no vayas por ahí”. El personaje, sin embargo, se hunde por voluntad propia en la sombra. Y de pronto ¡tenga! Sale el demonio con su risa y cara deshechas a cumplir su cometido. ¿Estás seguro de que atenderías tu propio concejo en una situación así?

Ya hace algún tiempo que sucedió. El hecho lo conté entre amigos en algunas ocasiones. Pero solo ahora lo escribo. Recién nos habíamos pasado mi madre y yo. Escogí el último cuarto de la casa, una pequeña habitación que da al patio y está en el más apartado rincón de la segunda planta. Tenía una cama sencilla y en una pequeña mesa de noche el talco y desodorante. El resto de mis cosas las tenía en el estudio, en el primer piso,  de modo que esta habitación tenía como destino exclusivo la dormida nocturna.
 
Una noche me entretuve leyendo hasta tarde en el computador. Tenía conmigo mi silla de estudiar. Hice lo de siempre: vestí mi piyama, apagué el aparato y me acosté. Suelo dormir de lado. Esa vez estaba acomodado de tal forma que mi cara quedaba viendo hacia la puerta. Me quedé dormido.

No sé a qué horas sucedió todo, pero era ya tarde. En medio de la oscuridad oí el sonido de la puerta estrellándose contra la silla que había dejado: alguien la había abierto. Como me despierto con cualquier sonido abrí los ojos. Vi como de un solo golpe la puerta se cerraba sola. El pánico, además de las ideas acerca de lo sobrenatural, me sobrecogió. ¿Era posible? Hasta ahora nunca había tenido una de esas “experiencias paranormales” ¿Iba esta a ser la primera? No lo sabía. Pero el temor me atolondró y los músculos se me tensaron. Sudé. 

Debí esperar algunos segundos antes de que mi cerebro reaccionara. No creí posible que la puerta en verdad se hubiera cerrado sola. Alguien lo habría hecho. Pero yo no había visto nada más que un portazo sin ninguna mano o cuerpo. Lo que hice fue pararme. Los miedosos no nos ponemos de una en el piso, eso nunca. No se sabe si lo que te espantó podrá entonces agarrarte el pie. Yo me paré encima de la cama y prendí el foco. Todo en calma. Abrí la puerta lentamente. Oscuridad absoluta. Fui hasta la cocina, encendí la luz. Caminé hacia una de las ventanas, estaba abierta. ¿Un ladrón? Ya lo veremos. Cogí un cuchillote de los de mi mamá. Y aquí estoy yo, en medio de la noche, a punto de bajar las oscuras escaleras, sabiendo que algo había abierto y cerrado la puerta de mi habitación, con un cuchillo en la mano, sudando. Es el momento de decir no vayas por ahí. Yo sin embargo, sigo. Debía saber qué había sido aquello. La curiosidad me arrastraba, quizá, hacia el fin.

Bajé las escaleras pensando en cómo sería mejor apuñalar a un posible ladrón. Si desde arriba, a lo Norman Bates o si en forma pendular. Escogí la segunda. En silencio llegué a la habitación de mi madre. Entré. Ella estaba bien, dormía.

-Ma, acaba de pasarme algo muy raro.
-Fui yo.

Ella no me había visto cuando llegué. Subí demasiado rápido y me acosté sin despedirme. Solo quería ver que estuviera en casa. Pero la oscuridad no me dejó a mí ver que había sido mi madre la del portazo.



jueves, 8 de octubre de 2015

Andrés Hoyos en Medellín



Escribir es una pasión casi espiritual para algunos. Para otros un oficio mecánico (pensemos en las secretarias o redactores de juzgado). Una forma de ganarse la vida; pienso en los periodistas en este caso. Mucha gente se beneficia del acto de escribir; sin embargo, no parece que todos lo hagan a conciencia, procurando que lo escrito no contenga errores (desde los sencillos de ortografía y puntuación hasta los garrafales de pésima sintaxis). Muchas veces el lector se encuentra ante textos escritos a la carrera, sin una pisca de originalidad y buena redacción. 

Con la idea de que se puede enseñar a escribir y que el proceso puede llegar a ser divertido el escritor Andrés Hoyos se presentó en la mañana de ayer en el auditorio principal del edificio de extensión de la Universidad de Antioquia. El cartel que anunciaba su visita decía que iba a estar en compañía de Héctor Abad. Ya estando allá hubo una disculpa de parte del autor antioqueño: no iba a estar esa mañana. Hoyos estaba en la ciudad para presentar su nuevo libro, publicado por la editorial de la revista El Malpensante, de la cual él mismo fue director durante años. La conversa inició con el auditorio lleno. Una lástima que poco a poco los estudiantes se salieran. Con todo, hasta el final Andrés Hoyos no dejó de dar buenos concejos y ejemplos para quienes están interesados en el oficio de la escritura. Acá algunos de ellos:

“En Colombia la gente quiere decir cosas, pero no sabe cómo decirlas. Tenemos un problema de escritura básica”

“La escritura no tiene que ser un martirio”

“La escritura correcta es aquella que no comete errores gramaticales, pero que no se entiende”

“La escritura es una colección de hábitos que se interiorizan”

“El lector contemporáneo es muy escurridizo, hay que seducirlo, nuestro texto debe decir ´léame que esto es una berraquera´”

“No se pueden violar las normas sin haberlas adquirido”

“Toda persona que sabe escribir tiene estilo”