miércoles, 25 de marzo de 2020

Una postal desde la cuarentena


Medellín, 25 de marzo del 2020


¡tum! ¡tum! ¡tum! intenta entrar en la universidad la tanqueta del esmad; rápido, corriendo antes de que arranque, logro arribar al paradero del bus; cliqueo, tecla a tecla, palabras y palabras: quizá, comarca, quieto, casi; y el eterno murmullo en las calles de una ciudad llena de patrullas, lluvia, detalles. Mi vida se trata de correr porque siempre, aunque no quiera, voy tarde. Tarde a clase, al trabajo, a una cita, a un almuerzo. Atravieso la ciudad en el metro: atestado la mayor parte del tiempo y donde, por un acuerdo tácito, los hombres jóvenes tenemos prohibido sentarnos. He tenido semanas en que enseño ocho horas parando solo a almorzar, luego voy a casa a prepararme la cena, luego leo, apenas duermo. Mi cotidianidad está llena de pequeñas tareas y cosas en mente (en medio de los grandes compromisos) que a veces se acumulan hasta rebozar mi propia capacidad. Hace poco descubrí un nuevo estado de ánimo, cuando estás tan cansado que te dan ganas de llorar. No es tristeza, ni melancolía, ni sentimientos a punto de quebrarse; es el agotamiento más físico. Vivir en la ciudad es lidiar con el gas de cada manifestación, con los buses que tardan en llegar, con el compromiso de permanecer escribiendo, con el ruido. Y entonces, el virus. 
     
Mi trabajo consiste en enseñar español a extranjeros. Cada semana me asignan un número de clases que debo impartir, ya sean privadas o grupales. La mañana del lunes pasado tenía un horario lleno de nombres de estudiantes con quienes estaría estudiando esta misma lengua en que escribo. Hacia las tres de la tarde, sin embargo, todas mis clases habían sido canceladas. La mayoría de los extranjeros no tenía planes de quedarse en Colombia durante los próximos meses (tiempo que se presume durará la crisis), y decidieron partir. Trabajé por mi cuenta en clases privadas durante una semana más y entonces se declaró la cuarentena, primero municipal y después nacional. El viernes llegué a casa de mi novia y estuvimos todo el fin de semana cocinando, viendo películas y platicando. 
     El gobierno nacional cerró todos los aeropuertos y restringió la movilidad a la mínima capacidad, la suficiente para transportar al personal médico. Ayer martes se abrió una pequeña gabela para el abastecimiento, así que subí a mi casa, dejé todo en orden y me traje algunos libros. El bus tardó en pasar. Durante la espera me vi rodeado de unos pocos que usaban tapabocas y las primeras evidencias del desequilibrio social: un gamín intentaba vender una flauta dulce a todos, incluso a la muchacha de los dulces en el semáforo; la negativa era general y una señora le espetó “...si no estamos ganando, ¡qué te vamos a dar!”. A pesar de ser joven, el tipo tenía esa vejez propia de los habitantes de calle, que están todo el tiempo en función de la supervivencia. Harapiento, sucio, oloroso, triste. En últimas intentó subirse a un bus de Bello por la fuerza. Cuando el conductor empezaba a deshacerse de él pasó mi bus. 
     Acabo de leer que en mi país el número de casos registrados asciende ya a 470, de los cuales la mayoría proviene de población extranjera y personas que han estado en cercanía con contagiados y zonas de contagio. Con lo cual, el virus no se ha extendido al grueso de la población civil (aunque hay voces de que eso podría cambiar). La orden es quedarse en casa. Viviré los próximos días en un pequeño apartamento, rodeado de dos gatos y mi novia. Traje algunos de mis libros pendientes por leer y he estado escribiendo más que nunca en los cinco o seis días de cuarentena que llevo. Al principio me lamenté por mis horas de trabajo, por mi acostumbrado ritmo de vida, por no poder ir a donde sea que yo quiera. Lo cierto es que apenas con poco menos de una semana empecé a formular una idea: volver al crisol de todo lo que amo. 


Nota: es bastante evidente que quedarse en casa no es un posibilidad para todos. Desde Rotaract Zona Antioquia queremos ayudar a sobrellevar la crisis para aquellos que no pueden abastecerse debido a la pobreza y la desigualdad. Dejo una imagen por acá para quien esté interesado.




lunes, 23 de marzo de 2020

Introducción a la literatura griega, C.M Bowra: breve comentario

Introducción a la literatura griega
Cecil Maurice Bowra
Editorial Gredos
378 páginas

Hace años compré la Introducción a la literatura griega de C. M. Bowra. Haber tardado tanto en leerla me pesa. Casi siento culpa de no haber empezado su lectura en serio, de principio a fin, antes. Es un libro con las palabras justas para una lectura amena y llena de datos (fechas, nombres, épocas) y perspectivas para la interpretación de los textos literarios de la Grecia antigua. 
Grecia es uno de aquellos temas siempre inacabados de la vida y de la formación universitaria. Uno no se acuerda de la primera vez que oyó hablar de los dioses del Olimpo, de las tragedias (Edipo rey, sobre todo), de los monstruos de fantasía y de las disertaciones filosóficas que aún hoy tienen sentido para nosotros. La influencia del mundo griego es tanta y tan honda su raíz que es imposible no toparse con nombres y conceptos griegos en cualquier área del conocimiento. Los griegos están en la forma de las constelaciones, en los modos de las escalas musicales, en todas las artes e incluso en la manera en que pensamos: ¿cuántas palabras del idioma están construidas con sufijos o prefijos griegos, cuya antigüedad es mayor incluso que la lengua española misma? 

Logoi, una gramática del lenguaje literario
Fernando Vallejo
Fondo de Cultura Económica
546 páginas

Lo bueno del griego, de la lengua griega, es que aún existe. No desapareció, diluido en lenguas hijas, como el latín. El idioma que hoy se habla en Grecia puede no tener mucho que ver con el que Homero usó en su día para la redacción de la Ilíada y la Odisea, pero conserva rasgos de la lengua literaria en que fue escrita (y recitada) la literatura que tenemos como origen de la tradición europea. Este origen se remonta al siglo VIII a. C., pero sus bases siguen siendo un misterio: un sol inicial del que no sabemos nada. Homero es el inicio, pero Homero es también la culminación: el producto final de un enigmático folclor previo suyo. Fernando Vallejo trata el tema con mayor amplitud, por ser el detonante de su libro Logoi, una gramática del lenguaje literario. Yo pensaba que si el griego aún declinaba (paréntesis gramatical: la declinación significa que las funciones sintácticas de las palabras -como sujeto, complemento, etc.- están definidas por su terminación, mas no por su orden en la frase; o sea, que un sujeto se indica con un sufijo y de igual manera un complemento, así como las demás funciones) eso quería decir que a través de griego moderno podría llegar a comprender el antiguo. Pero como tantas cosas en mi vida, el proyecto quedó a medias. Con todo, en el proceso conocí varios canales de YouTube, como el de Juanjo Fantoso, y pedí de cumpleaños el libro La lengua de los dioses, nueve razones para amar el griego, que aunque no terminé de leer me brindó información sobre la cultura, el idioma y la forma en que entendemos la gramática. 


La lengua de los dioses, nueve razones para amar el griego
Andrea Marcolongo
Taurus

202 páginas
La ventaja del libro de Bowra es que expande el horizonte de posibilidades de la literatura griega. La formación clásica del bachillerato, e incluso de la universidad, casi siempre dibuja un panorama de la Grecia antigua sin mucho detalle. Bowra, capítulo a capítulo, enseña que hay vida más allá de Homero, Hesíodo y Sófocles. Y no puede ser para menos puesto que relata siglos de historia, cambio y conmoción en la geografía entre los mares Egeo y Jónico.