viernes, 1 de diciembre de 2023

¿Qué enseña la historia de un idioma?

Comencé a leer Cómo se hizo el español, un libro divulgativo sobre la historia de mi lengua materna. Me he estado preguntando: "¿Y qué se puede extraer de una visión general, desde el inicio y hasta el presente, del español y de cualquier lengua?". Ensayé algunas respuestas. 

 

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La historia de un idioma puede entenderse desde muchas perspectivas. La cronología de una lengua es a su vez la del cambio en su estructura lingüística, en el estilo de vida y las creencias de quienes la hablan, en las dinámicas del poder político y económico y el reordenamiento territorial de los estados, los reinos, los pueblos a quienes la lengua pertenece. 

La historia de una lengua demuestra que ellas no son sistemas unitarios que logramos resumir con un nombre: español, inglés, francés, griego. Son, por el contrario, una amalgama de voces, costumbres, literaturas, préstamos e innovaciones difícil de delimitar. Una lengua son muchas lenguas. En los esquemas de clasificación, sincrónicos o diacrónicos las lenguas aparecen como un punto, un tronco o una rama. Y aunque esta representación funciona en términos didácticos las lenguas son, en realidad, más como un rizoma: brotan, se diversifican y extienden y mueren.

Aunque no lo parezca y aunque no lo sepan, los hablantes de un idioma usan palabras, frases hechas y construcciones sintácticas que vienen de antes: quizá hayan nacido en otras culturas; quizá vengan de muy atrás ya, de un pasado ignoto, o sean introducciones recientes; o tal vez sean el último vestigio de pueblos desaparecidos de cuyo acervo una parte pudo colarse en un idioma todavía vivo. Los idiomas, lo que es decir los hablantes, van incorporando al uso y, con el tiempo, al sistema de la lengua, una multitud de variaciones que los filólogos y los lingüistas apenas tienen tiempo de atestiguar y documentar. Al mismo tiempo, las lenguas van dejando atrás aquello que ya no se usa, no se tiene por prestigioso o que simplemente pasa de moda. 

En últimas, haber leído y sopesado la historia de una lengua (sobre todo si es la materna) amplía la capacidad de entender el cambio: cómo sucede y cómo no sucede; qué podemos esperar de él; cuánto tarda en suceder; quiénes lo propician y bajo qué circunstancias. Digo entender y no predecir porque los destinos de un idioma pertenecen muchas veces al azar, al capricho generacional, al desgaste inherente a los sonidos articulados de la oralidad. Haber leído acerca de la historia de una lengua nos provee de una actitud sosegada respecto del cambio que otros pueden ver como un escándalo y también de una postura realista sobre lo que es aceptable como innovación y lo que es simple esnobismo lingüístico.

No inventamos el idioma, lo heredamos. Y lo heredamos a una edad que la neurolingüística ha resuelto en llamar periodo crítico, más allá del cual no podemos ya aprender bien la gramática y los usos del lenguaje humano. Las palabras que usamos y que vehiculan parte de nuestro pensamiento vienen de muy atrás, han nacido y recorrido otras tierras ajenas a las nuestras. Tener en mente todo aquel pasado equivale a dimensionar la bastedad del idioma que nos fue dado y que seguimos construyendo.