domingo, 12 de enero de 2020

El conteo de los leídos en 2019

Un año acaba de terminar, trato de hacer un balance de todas las lecturas que hice durante el 2019 y ya surge un problema. Se trata de cómo cuantificar lo leído durante el año pasado. La respuesta fácil sería simplemente un número exacto de libros leídos, ¿no? Que en mi caso serían ocho. Nada mal para el promedio nacional (que ya ronda los seis libros al año), pero algo pobre para una persona que se hace llamar un “lector”. Después de todo, si uno entra a YouTube puede encontrar videos de gente que afirma haber leído cientos (no miento) de libros durante el año y que aconseja leer todo el tiempo y en todas partes con el fin de alcanzar la centena. Este tipo de videos son el inicio de mi suspicacia. Si uno se detiene a observar los títulos que estos lectores llevan en sus cuentas, la mayoría pertenece a la literatura contemporánea. Y ya sabemos que la literatura tiene la ventaja de que es, en general, más fácil de leer que otro tipo de texto, sobre todo si es narrativa, sobre todo si es contemporánea. No es que quiera demeritar a nadie. Por su puesto que creo en el valor de la lectura sea cual sea su contenido o extensión, con tal de que mueva en algún aspecto el mundo intelectual o emocional del lector. Pero nadie puede decirme que es lo mismo leer Harry Potter y el prisionero de Azkaban (que no he leído) que leer la Divina Comedia (que he leído a medias). Ambos textos exigen distintos tiempos, distinta disposición y hasta distintas rutas interpretativas. Mientras el uno está escrito en prosa, el otro en verso; el primero está dirigido a la población juvenil del mundo de hoy, el segundo es un clásico de más de medio milenio; Harry Potter es un éxito taquillero del cine mundial y la Commedia un poema en todo caso bastante difícil de llevar al cine. Con todo, en una hipotética lista de libros leídos ambas publicaciones contarían como un uno. ¿Ya es claro a dónde voy con esto? No me fío de llevar cuentas con el total de libros leídos en el año. No todos me exigieron el mismo tiempo, ni las mismas ganas. No todos fueron un reto cognitivo que debió sobreponerse a la pereza, al aburrimiento o el cansancio. Algunos libros leídos el año pasado me perturbaron, me cambiaron para mal el ánimo, me sofocaron; y, sin embargo, continué su lectura por puro deseo de saber. Así que ahora me parece injusto igualar un texto leído como en una mansa corriente con uno que significó echarle ganas a una empinada cumbre. Ahora bien, hay otro aspecto que dificulta el conteo: los libros leídos a medias. 

     Entre las muchas razones para dejar un libro a medias, la mía en particular es que sufro de algo como un zapping de intereses. No sé si les pase, no pido que me entiendan, pero un día me despierto y tengo ganas de saber sobre lingüística, así que comienzo a leer un libro sobre el tema. Una semana más tarde tengo un nuevo interés, la dialectología, así que busco un libro acerca de la materia. Solo para tres días más tarde querer saberlo todo sobre la naturaleza humana… Hay épocas del año en que tengo libros y libros sin acabar sobre mi escritorio, cuyo destino acaba por ser siempre el mismo: devueltos a la biblioteca pública u ocupando un espacio en la sección “por leer” de mis estantes personales. ¿Cómo contar en la lista anual de lecturas todo aquel material amado tan momentáneamente y luego dispuesto en un confuso catálogo de libros por leer? ¿Cómo se cuantifica la información obtenida en apenas algunos capítulos iniciales? ¿Qué lugar ocupa en la memoria todo este almacén de lecturas variopintas y cómo se organiza? No lo sé. En los tres casos no tengo idea. Lo que sí sé es que que la lectura honesta no tiene lugar en repasos de unos cuantos capítulos o apartes de los libros. La autoridad intelectual nace de la compenetración con los textos. Por eso mis lecturas a medias, por más pasionales en su momento inicial, no cuentan en mi lista de libros leídos. Son una promesa, una ambigua noción de algo que empecé a conocer. Aunque, para ser sincero, de todos modos eso pasa también con los libros leídos de comienzo a fin: son presa del olvido. No un olvido intencional, sino el olvido cotidiano, el que nos permite mantenernos cuerdos. 

     Otra cosa que leo y que no sé cómo cuantificar son los artículos de revista. En un año normal suelo leer un cantidad no despreciable de columnas de opinión, ensayos, noticias, papers, etcétera. Hasta hace poco estuve suscrito a Arcadia y Semana, y cada cierto tiempo, cuando tengo algo de dinero me compro una Malpensante. Las revistas sirven para mantener una perspectiva actualizada de lo que sucede con la literatura, y la cultura en general, no solo en el país sino también a escala internacional. Aportan criterio sobre temas de actualidad. Y orientan la compra de buenos libros. Las revistas captan la realidad a un ritmo que los libros no pueden ni soñar, porque son un medio hecho para lo inmediato, para informar y opinar sobre esa información. ¿Cómo incluirlos, entonces, en el balance anual de lecturas? Sonaría pretencioso decir “este año leí 27 revistas” o algo por el estilo. De suerte tal que este tipo de publicación tampoco entran en el total de lecturas de 2019, porque son un collage más que una unidad susceptible de contar. 
    
 Hay épocas en que leo mucho, como épocas en las que no leo nada. A veces los libros me entusiasman hasta lo enfermizo, a ratos me generan tal apatía que prefiero ponerme a dibujar o ver películas. En ocasiones no leo porque no tengo tiempo, entre la universidad y el trabajo mi día no deja espacio para lecturas personales por placer. Siento que tengo grandes vacíos por no haber leído más clásicos y, al mismo tiempo, creo no haber leído suficiente literatura contemporánea. La única analogía que se me ocurre para terminar es que los libros son como la gente. No todos son memorables, aunque hayamos tenido algo de su tiempo. Llegan a nuestra vida por distintas vías, algunos para quedarse, otros para no ser vistos nunca más en lo sucesivo. Se pierden en el recuerdo y afloran en momentos inexplicables. Y acaban por ser un recuerdo en vía de extinción si no se los aviva en la memoria. Así que los libros no se cuentan, al menos no como las calorías de un cheesecake. Los números son una referencia, pero la lectura es más que una excusa para presumir cifras. 

     
     

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