Hace un par de días acabé de leer El Perfume y no me gustó su final. El relato me pareció terminado a la carrera, de una forma demasiado agotada en la literatura y en general en la ficción. Para ser sincero, y digo esto en contra de la ironía que el autor pudo haber querido imprimir al final de la novela, me hubiera gustado más ver a Grenouille colgado de una cruz con las articulaciones descoyuntadas que en el estómago de esos vagabundos.
El libro me lo prestó un amigo. Es una edición sencilla de una editorial que no parece muy reconocida y que dañé al poco tiempo de tenerla arrancándole la tapa (aunque ya estaba pendiendo de un hilo). Durante la lectura intenté poner en práctica esa forma de leer de la que me enteré en un documental: proyectando imágenes en mi cabeza a la manera de una película, es decir, intentando que la narración se construyera en forma de imágenes al ritmo de la lectura. A veces funcionaba, a veces no. No todo lo dicho verbalmente puede ser imaginado de forma inmediata como representación visual. De cualquier manera, sí ayuda a leer más rápido este método.
Acabo de googlear el nombre de Süskind (1949) y aparece realmente poco sobre su vida. Según Wikipedia es un hombre reservado que pocas veces concede entrevistas, pero que ha escrito otras obras de éxito, principalmente en teatro y para la televisión. De todas formas me interesa hablar es de el libro.
No he visto la película, aunque a juzgar por el tráiler esta parece concentrarse mucho más en el asesinato que en otros aspectos y esto algo que la novela no hace. Por el contrario, se concentra en la vida interior del curioso personaje que es Grenouille, además del aprendizaje de la técnica que utilizará en el desarrollo del perfume final. Por otra parte, no sé cómo lo hayan tomado otros lectores (o espectadores, en el caso de quienes solo vieron la película), pero me causaba mucha gracia ver cómo de inequívoca forma todos quienes tenían contacto con Jean-Baptiste morían. Era como si la muerte viniera a bailar con ellos en virtud de un último momento de dicha efímera antes de llevárselos. La cosa fue tan sistemática en la narración que para el final, cuando alguien conocía a Grenouille por más de dos capítulos, yo solo podía pensar: ¿Cómo va a morirse este pobre ingenuo?
Aunque sin acabar sus estudios, Süskind fue a la Universidad de Munich donde cursó historia medieval y moderna. Esta es quizá la razón por la cual la sociedad, el mundo y los valores del siglo XVIII están reconstruidos con verosimilitud en el libro. Hay que acotar que esta fue una época agitada. Durante este siglo se gestó el mundo moderno, gracias a tres eventos (y sus consecutivas implicaciones) decisorios para la historia: la invención de la máquina de vapor en 1705; la publicación de La Enciclopedia dirigida por Denis Diderot y que duró desde 1751 hasta 1772; y la Revolución francesa del “tercer estado” en 1789. El personaje de Baldini, perfumista, describe en sus elucubraciones solitarias el cambio. Baldini era un viejo artesano de oficio que había aprendido a hacer todo tipo de elementos perfumados, pero que no poseía la capacidad creativa de lograr fragancias originales. Su competidor, un tal Pelissier, en cambio sacaba cada estación cautivantes y nuevos aromas que ponían en entredicho no solo la prosperidad de Baldini sino también la importancia de su formación. En esas estaba pensando el viejo cuando comenzó a dejarse llevar por el resentimiento. Censuró cada nuevo cambio del mundo europeo y occidental. Cuánto escándalo en la lectura de libros ahora propagada por doquier y que ¡incluso las mujeres hacían! ¿Para qué tantos descubrimientos y acortamiento de las distancias? ¡Y quiénes eran esos tales “Diderot, D’Alembert, Voltaire y Rousseau” sino perturbadores del equilibrio social y cuestionadores del orden impuesto por el mismo Dios cristiano! Baldini se opone a todo lo que hoy tenemos como verdades bastante consensuadas, y podría equipararse a uno de esos conservadores recalcitrantes de la actualidad.
Siempre que leo se me ocurren ideas que si no anoto olvido para siempre. Es una lástima leer libros ajenos por esta razón, porque no puedo rayarlos ni ponerles banderitas ni despreocuparme de si las hojas se le manchan de comida durante la cena. Así es, aún comiendo leo. La cosa es que mis libros propios, si acabo por amar su lectura, terminan honrosamente tachados y maltrechos. Y aunque a El perfume le quité la portada no lo rayé sino con lápiz y solo en algunas frasecitas sueltas. De todas formas es imposible no notar la relación de la novela con otros libros y otras historias.
El huérfano que es Grenouille es todo lo opuesto al que es Oliver Twist, aunque se acerca más a al que fuera Henry Morton Stanley. Los tres casos (los dos primeros ficcionales y el último, según parece, no tanto) describen aquella infancia abandónica que solo sobrevive a una muerte segura y compartida con otros por terca perseverancia. Pareciera que Grenouille es un monstruo de nacimiento, pero yo creo que son sus circunstancias junto a su extraordinario don las que lo convierten en lo que resulta ser. No puedo dejar de anotar que Jean-Baptiste mata animales en sus experimentos a la manera en que se hace en un cuento famoso de Ambrose Bierce, Aceite de perro.
Puedo decir que desde la lectura de El perfume presto un poco más de atención al olor de las cosas. Aunque cabe aclarar que confío poco en la nariz que me dejó mi atropellada carrera de fumador, que duró diez años. Y no está de más preguntarse a qué se debió exactamente el éxito de la novela (hace poco le leí el borrador de esta reseña a Jenny, mi amiga, y me informó que hasta serie en Netflix tiene). ¿Qué será lo que convierte a un best-seller en un best-seller?
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