sábado, 19 de diciembre de 2015

Diario del lector # 1



Leo en casi todas partes. Leer es un vicio que tiene que consumarse a cada tanto con tal de permanecer tranquilo. Por eso los lectores de tiempo completo aprovechan cada lugar y cada momento para echar aunque sea una ojeada (¿o será hojeada?) al libro de turno. En principio, leo en mi escritorio. Tengo una silla reclinable en la que me puedo acomodar de tal forma, subiendo los pies en la mesa que hace de escritorio, que mis manos quedan libres y cómodas para pasar las páginas. Leo también en la hamaca. En el sofá. En el sanitario. Las escaleras son también un buen lugar, hablando del ámbito de la casa. Fuera de ella es quizá más incómodo leer, puesto que uno no está a sus anchas (sin camisa o en ropa interior). De los lugares hechos para leer las bibliotecas silenciosas son mis preferidas. Porque las hay ruidosas, si están cerca de una vía principal o si tienes estudiantes de ingeniería a tu lado (que discuten cada problema, ejercicio y cifra). Los lugares al aire libre no son siempre buenos: tal vez haga demasiado calor o insectos. Además, están esos sitios en los que la espera abre un tiempo muerto imposible de rellenar mas que con algunos párrafos: los bancos, las salas de espera, la fila del metro. 

Leer fuera de casa es casi un acto de valentía que muchos toman por petulancia o indiferencia. Al fin y al cabo a muy poca gente se le ocurre sacar un libro de la mochila en medio de la muchedumbre. La multitud observa al lector. Yo, por ejemplo,  no puedo resistir la tentación de intentar mirar qué cosa lee uno de esos valientes. Parece como si necesitara saber si apruebo o no la lectura ajena. Los observo mirar el papel en  las sillas del servicio público de transporte, en las mesas de los cafés o en los alrededores de la facultad. Ah, que bellos son los lectores que contra todo ruido, temperatura y condición son capaces de permanecer fieles a su lectura, aprovechando cada espacio y hora para leer.

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