domingo, 12 de julio de 2015

Barranquilla linda, Barranquilla bella

Señal de tránsito en Barranquilla



Voy a hacer algo que casi no hace con objetividad: hablar bien. En esta columna voy a hablar bien de Barranquilla. Hablar bien se acerca mucho al elogio y el elogio es ciego o solo intenta convencer a los otros. Y rara vez se hace con objetividad (como yo espero hacerlo) porque se exaltan las bondades en detrimento de la mención de las flaquezas, de la parte fea, de lo que no suena bien o no gusta. Pero, con todo, voy a hablar bien de mi ciudad natal. Espero ser justo.

Barranquilla, en los últimos años, ha mejorado en un tema que desde hace mucho tiempo había estado a la sombra de otros más “importantes” (industria, comercio, turismo, carnaval) y lejos de la opinión pública y las decisiones de sus gobernantes: el espacio público. El tema es de mucha actualidad a medida que crece (más y más) la población, se compran más carros, se construyen rascacielos. Las ciudades se ven afectadas por la sobrepoblación, la contaminación que los motores producen y la construcción desmedida de edificios. El espacio público va desapareciendo porque se necesitan más calles, más edificios de oficinas y apartamentos, más estacionamientos, más centros comerciales. Se cortan árboles, se secan lagos deliberadamente, se poda, mata y construye. Con lo cual los ciudadanos tenemos menos parques, teatros, plazas, fuentes. Es decir, espacios gratuitos en los que se pueda practicar la importantísima actividad del ocio, del esparcimiento, de la diversión.

En este contexto hoy Barranquilla va un paso adelante. He visto como en la última administración la alcaldía ha invertido en la mejora de los parques (el Suri, el de El Silencio, el Olaya) y la Plaza de la Paz, la Avenida del Río, la remodelación de la Intendencia Fluvial y su alrededor. Los  barranquilleros han podido (¡por fin!) salir de casa a un sitio en que pueden encontrarse con amigos y con otra gente del común. Y es que las ciudades necesitan espacio público. Lugares que no le pertenezcan a nadie sino a todos. En especial en una donde lo público rara vez tiene sentido: en Barranquilla cualquiera se roba el andén con una venta, se roba la calle, le roba espacio al parque, tala un árbol, seca un lago, expande su terraza para que quede el mínimo por donde transitar. En Barranquilla, la construcción y mejora del espacio público tiene a mi juicio una doble consecuencia que apunta al esparcimiento y a la educación. Uno se puede reuinir con los amigos en cualquiera de estos parques y, en esa medida, puede entender que el parque es de todos, para todos, y no algo que puede apropiarse de buenas a primeras.

Los lugares públicos, como dije, son un tema de discusión de las ciudades modernas que se preocupan (léase: que deberían preocuparse) por brindar bienestar a su población. Una plaza, por ejemplo, es, además de un gran sitio de reuniones, un espacio que funciona como soporte de las funciones propias de la vida en sociedad: la conversación, el diálogo, la manifestación política, los conciertos. Y hay que recordar que lo público no solo sirve para reunirse, también para recordar. Dentro de los bienes públicos están incluidas aquellas piezas arquitectónicas que narran la historia de una ciudad y un país. En la capital del Atlántico aun falta eso que aquí llamamos “sentido de pertenencia” en cuanto a la memoria se refiere. Un artículo publicado a principio de año en la Revista Arcadia, denuncia esta situación: los bienes culturales arquitectónicos se ven reemplazados por feos adefesios de veinte pisos. Por estas razones uno debería tener presente el uso que las autoridades hacen del patrimonio colectivo.

Me gustaría pensar que más lugares a donde ir y disfrutar, gratuitamente, de la ciudad significa una transformación de fondo para Barranquilla. Porque los barranquilleros (que nadie se ofenda) nunca aprendieron a respetar lo público: tiran la basura, las ramas y los escombros en cualquier parte; ensucian las calles; hacen demasiado ruido (parlantes de dos, tres, cinco, veinte metros); todo lo ampara la informalidad: el taxi colectivo, mototaxi, bicitaxi, carro coche, carro mula, título falso, pase falso, en fin. Y no se preocupan mucho por su ciudad. No nos digamos mentiras, esto es así. Pero puede cambiar. Si llevamos la idea de un lugar para todos a las estaciones del transmetro, al barrio y la escuela. 

En mis vacaciones me gustaron mucho la brisa del Río Magdalena, la nueva cara de la antigua Intendencia Fluvial y, cerca de mi casa, la remodelación del parque de El Silencio. Es inevitable sentir que el barrio y la ciudad adquieren importancia para todos los que hacen ejercicio o les gusta salir a pasear. Ojalá pronto tengamos, además de espacios públicos, consiencia de lo verdaderamente público, eso sí que hace falta.


2 comentarios:

  1. El factor principal en cualquiera ciudad del mundo son sus habitantes, las inversiones en infraestructura y mejoramiento urbano hacen mejor la vida, pero hasta donde la política del cemento apunta hacia el ser humano.

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  2. Agradable escuchar voces esperanzadoras , también se vale.

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