Un recorrido por la historia de la literatura universal
Por: Alberto Márquez
Primera clase
La aventura de leer
La aventura de leer
Les doy las gracias a todos por venir.
Hoy, antes de empezar con el recorrido por la historia de la literatura, que
anuncia el título de este ciclo, quisiera que nos tomemos al menos dos sesiones
para aclarar un par de temas que me parecen fundamentales para cualquiera que
intente ser un buen lector o, en lo posible, un lector medianamente perspicaz,
astuto y crítico.
Como ustedes saben, estas clases se van a dividir en dos partes: en
primer lugar se impartirá la “lección” (léase: lección entre comillas) sobre el
tema que yo proponga. Luego tendremos un espacio de al menos treinta minutos,
para responder las preguntas que puedan surgir y proponer nuevos temas para
próximas clases, o comentar cualquier autor o libro que les guste y que estén
leyendo.
Creo que con estas aclaraciones es
suficiente. Empecemos con la lectura.
Vivimos en la sociedad más
interconectada de todos los tiempos. Hemos avanzado mucho en el acortamiento de
las distancias, la difusión del conocimiento y la democratización de la
cultura. Fuimos más allá que Colón al llegar por estas tierras y trazar el mapa
entre el viejo y el nuevo continentes. Es en este mundo donde la lectura, el
acto de leer, constituye algo así como una paradoja1. Desde de que
la educación pública, gratuita y obligatoria se pusiera de moda en el mundo
hasta hoy, los sistemas educativos se han extendido en términos de cobertura a
muchas regiones del mundo. En nuestro país, hay que admitirlo, las escuelas
públicas han llegado a lugares muy apartados de las principales ciudades. Esto
podría hacernos creer que las personas reciben un adecuado proceso de
instrucción y aprendizaje de la lectura, pero nos damos cuenta de que el asunto
no es así. Por otra parte, a pesar de la globalización y el nuevo protagonismo
de la palabra escrita (los miles de ejemplares que se imprimen, los portales de
noticias, el acceso a bibliotecas públicas), esto no asegura que los lectores
sean críticos con lo que leen o que aprendan de lo que han leído. Es justamente
allí donde reside la paradoja.
Como ustedes ya habrán deducido, en
culturas letradas, leer con atención constituye una habilidad indispensable
para asistir la revelación del mundo. En la actualidad los nuevos formatos
digitales nos exigen nuevas estrategias para leer y aprender de lo leído.
Incluso con la posibilidad de comunicarnos con los autores que pudieron
escribir los textos que leímos con pasión: en las ferias del libro, de
editoriales o por medios virtuales como las famosísimas redes sociales.
Lo
que vamos a hacer es aproximarnos al término leer. Ustedes mismos deben haber usado el verbo leer en muchas ocasiones en distintos contextos y
para muchas formas de comunicación donde no solo está involucrada la palabra
escrita, porque también hablamos de leer con las imágenes, los números y las
señales de tránsito. Pues bien, para empezar hagamos una lista de cosas que se
puedan leer. Se leen libros, epístolas, el periódico, las notas musicales de un
pentagrama, los mapas, los estados de ánimo de las personas. Y para ponernos
esotéricos, hay gente que afirma leer las cartas del tarot, las líneas de las
manos, las bolas de cristal o el tabaco2.
Muchos de estos objetos pueden
parecernos extraños. Pero basta con que revisemos nuestro propio léxico y la
forma en que hablamos cotidianamente, para darnos cuenta de que en efecto el
verbo leer es utilizado en todos estos casos. Bueno sí, está bien, pero ¿qué
tiene en común todas estas cosas que leemos? Pueden estar preguntándose. La
verdad es que cuando leemos siempre leemos signos. Siempre que pasamos la vista
por un objeto (o una persona, según vimos) este objeto es susceptible de ser
leído porque lo que comunica es una realidad exterior al objeto –o sujeto–
mismo. Con excepción de quienes puedan leer con el sistema braille, donde no se
ve sino que se toca.
Sobre esto quiero que hagamos énfasis.
Porque nos dará la clave para entender el significado más profundo y las
implicaciones del acto de leer.
Hablemos del signo ¿les parece? El signo
ha sido definido de muchas maneras dependiendo del área que se trate. No cabe duda, sin embargo, de que cuando nos
referimos a un signo estamos hablando de un “objeto, fenómeno o acción material
que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro”3. Un
signo consta de dos partes o “caras”, como las de una moneda, que son
indisolubles. Una, la parte que se ve, es decir el significante y otra que no se ve pero que aquella evoca el significado. Todo el tiempo vemos (y
oímos) signos: cuando pasamos la calle con el semáforo en verde, cuando cruzamos
en la siguiente cuadra porque tiene el número que estábamos buscando o cuando
tenemos una conversación. También la brisa fría puede ser un indicio de que la
lluvia está cerca, al igual que las nubes negras. Son signos tanto las palabras
que leemos en el periódico como la frente tibia que anuncia la fiebre (en este
caso se habla también de síntoma). Incluso hay quienes dicen que el ser humano
se encuentra inmerso en un mundo donde todo puede ser un signo. ¿Qué tiene esto
que ver con tomar un libro y leer sus
páginas? Bueno, saber leer constituye la habilidad culmine de los seres humanos
para interpretar signos, habilidad que, por cierto, nos pertenece sólo a
nosotros.
Para el término leer hay varias
acepciones en el DRAE, pero quizá una buena definición sea esta que leí hace
poco “tal vez no haya mejor definición de lo que significa leer que el
permanente esfuerzo para resolver acertijos o, mejor todavía, develar
misterios”4. Cuando tenemos ante los ojos cualesquiera de los
objetos que dijimos, estos sólo comienzan a tener un verdadero significado si
poseemos la clave para asignarle un sentido a eso que vemos.
De esta forma el acto de leer se
refiere a algo más que pasar la vista por lo escrito, saber cómo “suenan” las
vocales (solas y acompañadas por las consonantes) o recordar la realidad a que
remiten los signos. Saber leer constituye haber alcanzado un grado de
adquisición de la lengua que permite asociar lo escrito con lo hablado, es una
capacidad humana que nos deja explorar el pasado, el presente y pensar en el
futuro. Lo que empezó como una forma de registro de ganado, la escritura, es
hoy por mucho la manera de picarle el ojo a la muerte y al silencio y hacer
viajar las ideas en el tiempo y las generaciones de hombres. Leer es también
pensamiento, privacidad, imaginación. No hay nada más íntimo, ni siquiera el
acto sexual, que tener un libro entre las manos y ojear sus líneas: es
conversación con nuestra forma de leer, pero también con nuestra forma de
pensar, ver el mundo y relacionarnos con los demás.
Sin duda leer parece un proceso
difícil de describir. Y lo es ¿Cómo fue que los hombres aprendimos, en el
transcurso de la evolución, a asociar grafemas con contextos, modos de vida,
conceptos abstractos? ¿Cómo consiguen los niños aprender ese intrincado sistema
llamado lengua y su representación gráfica? No pretendo responder estas
importantes preguntas, pero deberíamos hacer hincapié en una cuestión un poco
turbia: los procesos cognitivos que
involucra el acto de leer.
Quisiera que empezáramos leyendo5
este fragmento que da inicio al texto de Marcel Proust “Sobre la lectura”, tienen un minuto:
No hay quizá día de
nuestra infancia que no hayamos vivido tan plenamente como aquellos que pasamos
con uno de nuestros libros preferidos. Todo aquello que parecía entretener a
los demás nosotros lo apartábamos como un obstáculo vulgar ante un placer divino:
el juego que un amigo venía a proponernos justo en el pasaje más interesante,
la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaba a levantar los ojos sobre la
página o a cambiar de lugar, las provisiones para la merienda que nos habían
hecho llevar y que dejábamos a nuestro costado, sobre el banco, sin tocarlas,
mientras que por encima de nuestra
cabeza el sol perdía fuerza en el cielo azul, la cena que nos aguardaba y de la
que sólo pensábamos en salir para terminar, enseguida después, el capítulo interrumpido.
La lectura nos hacía sentir la incomodidad de todo aquello, pero esta gimnasia
intelectual lograba en nosotros un recuerdo tan dulce (mucho más preciado, a
nuestro juicio actual, que aquello que leíamos con tanto amor) que, si se nos
ocurre todavía hoy hojear los libros de antaño es simplemente como revisar esos
únicos almanaques conservados de días extintos, con la esperanza de ver
reflejados en sus páginas las casas y los estanques que ya no existen.
Mientras leían han pasado una
serie de procesos maravillosos en cada uno de sus cerebros. Estos procesos son
de muchos órdenes; en ellos están incluidas los pensamientos, los recuerdos,
las añoranzas de la juventud y la niñez, las palabras, la gramática de la
lengua, la vista y en suma las redes neuronales que poseemos para el
reconocimiento del mundo exterior e interior que cada uno habita. Seamos
detallistas. Piensen un momento en qué ha pasado por sus cabezas mientras
leían.
Cuando leí este texto, déjeme
decirles, esbocé una sonrisa casi sin darme cuenta. Varios de mis recuerdos
vinieron a mí enseguida. Y si ustedes son parecidos a mí este texto debió
evocar en cada cual los propios recuerdos de cuando empezaron a leer. Si bien
durante la infancia o entrados ya en años. De seguro pensaron en aquellos
lugares, como la habitación, la biblioteca pública, el viejo corredor o la
escuela, donde dieron sus primeros pasos lectores. Siempre leemos por la
incapacidad de quedarnos solo con nuestra vida. Y leer (también ver películas y
noticias) es la expresión de la dualidad de querer emociones fuertes, al mismo
tiempo que estabilidad sentimental.
Al leer somos capaces de
abandonar nuestra propia conciencia para mudarnos al punto de vista de otra
persona, lejana de nuestro tiempo y cultura. Cuando leemos somos capaces de
imaginar lugares a los que no hemos ido nunca, personas que no hemos conocido y
que de otra forma no existirían en nuestra cotidianidad. Es ese paso de una
realidad a otra, de un espacio a otro, lo que con el tiempo va creando en
nosotros el acervo intelectual y dulce que es recordar historias. Cuando
regresamos de Macondo, Narnia, La Atlántida, Troya o el País de las maravillas,
venimos frustrados, cansados o inspirados, pero siempre enriquecidos.
Pero volvamos a Proust. Cuando
les he pedido que lean las 211 palabras de este texto en menos de un minuto.
Han tenido que realizar variadas acciones. Pongamos algo de orden y demos
algunos ejemplos. Lo primero que debieron hacer sus sistemas de atención y
ejecutivo, de sus cerebros, fue planear cómo leer a Proust a toda prisa y
entendiéndolo. Luego, sus sistemas visuales han emprendido en cuestión de
milésimas de segundo, el reconocimiento de datos acerca de la configuración de
las letras, la forma de las palabras y las frases comunes a los sistemas lingüísticos
que esperaban la información. Tales sistemas han relacionado sin pérdida de
tiempo los símbolos visuales sutilmente diferenciados con la información
esencial sobre los sonidos de las palabras. De forma completamente
inconsciente, han aplicado la automatización de las normas sobre los sonidos de
las letras que rigen en nuestro sistema de escritura: el español. Y al hacerlo,
han utilizado una infinidad de procesos lingüísticos.
Mientras aplicaban todas estas normas a
la proyección que tenían en frente (me refiero al Video-beam), activaron la
batería pertinente de procesos de comprensión e idiomáticos con una rapidez que
sigue asombrando a los especialistas. Un ejemplo es que mientras leían una
palabra como “banco” no sólo activaron la representación mental que
correspondía al significado de esa palabra en este contexto, sino que activaron
todas las acepciones (“lugar para
depositar el dinero”, “conjunto de peces”, “asiento para sentarse”) y entre
ellas escogieron la que más se ajustaba a la frase leída. Para conseguir todo aquello, sin olvidar lo
que habían venido leyendo debieron hacer uso de su memoria de trabajo. Que les
permite relacionar los significados de las palabras, una por una, si perder el hilo
de lo narrado. Han relacionado toda la información lingüística con sus propios
contextos y recuerdos solo para una cosa: lograr la comprensión del texto. El
cual, en efecto, describe un día en la vida de un niño, donde el tiempo se
desdobla, se alarga, por efecto de la lectura.
Todo lo que hemos visto hasta
ahora, que sé no es poco, es sólo una excusa para que entiendan en qué medida
leer es indispensable para hacernos más humanos, no mejores personas, pero sí seres
más conscientes de nuestras decisiones y
consecuentes con ellas. Ahora quiero hacerles algunas sugerencias. Voy a
pedirles que sean los mejores lectores. Que presten más atención a cada palabra
que lean, escuchen o escriban. Ya saben las reglas del juego de la lectura,
ahora inventen su propia forma de leer, más crítica, más perspicaz, menos
ingenua. Quiero que tomen la capacidad que ya tienen para asignarle significado
al mundo y la extrapolen a todo aquello que lean: les ayudará a que las cosas
se les revelen en su más profundo significado.
Como ya se habrán percatado, leer
les ayudará a tener un conocimiento más amplio de las vidas que vayan más allá
de las suyas propias. Por eso lean sin demasiados prejuicios, creyendo en la
veracidad de las historias fantásticas. Leer con atención y críticamente le
dará además las herramientas lingüísticas para mostrar sus propias historias y
llegar a un público más amplio.
Así que acompáñenme en esta
travesía por la literatura del mundo, que incluirá pasajes tenebrosos. Porque
vamos a descender al mismísimo Tártaro y a los círculos del infierno. Veremos
seres fantásticos, guerras interminables y dioses caprichosos. Visitaremos
amplios campos de hierba fresca y fruta madura. Nos sumergiremos en la
infinidad poética de los versos, las leyendas y las historias. Conoceremos
infinidad de personajes que vendrá de la China Antigua, las ciudades medievales
y modernas, y los países que están cruzando el charco, en la otra orilla:
Francia, Inglaterra, Alemania. Como también los que están a la vuelta de la
esquina y el nuestro propio.
Empezaremos con la Ilíada de
Homero y toda la tradición griega del mundo de la guerra entre troyanos y
aqueos. Así que si pudieran leer algo sobre este maravilloso libro o el libro
mismo, estaría perfecto. Ahora solo me queda abrir el espacio para las
preguntas.
Notas
1. Este apunte lo hacen en uno de
los libros que leí al planificar esta clase: Saber leer.
2. La lista de objetos que se
pueden leer salió de un texto del Ministerio de Educación Nacional: Leer para comprender, escribir para
transformar.
3. Definición del Diccionario
práctico del estudiante.
4. Esta definición de “leer” está en el mismo texto del Ministerio.
5. La idea de leer el texto de
Proust lo más rápido posible la tomé de otro libro que leí para planificar esta
clase: Cómo aprendimos a leer.
Todos los títulos se encuentran en la bibliografía.
Bibliografía
1. Giovanni Parodi, Marianne
Peronard y Rómulo Ibáñez. Saber leer.
Bogotá: Aguilar, 2010. ISBN: 978-958-704-965-7.
2. Francisco Cajiao. “¿Qué
significa leer y escribir?”. En: Ministerio de Educación Nacional. Leer para comprender, escribir para
transformar. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 2013, p. 53-60.
3. Maryanne Wolf. Cómo aprendimos a leer. Barcelona:
Ediciones B, 2008. ISBN: 978-84-666-3835-7.
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