jueves, 12 de noviembre de 2015

Depredadores



¿Alguna vez leyeron algo sobre el experimento de la cárcel de Stanford? En 1971 un grupo de psicólogos de la Universidad de Stanford creó un ambiente controlado, una cárcel, en el que introdujo a un grupo de estudiantes (que hacían las veces de guardas y prisioneros) con el fin de estudiar cómo reaccionaban ante este ambiente externo. El experimento, al parecer, se salió de control porque los estudiantes se tomaron su papel muy en serio –incluso el director de la investigación terminó por convencerse de que era el “superintendente” de la prisión–. Tal indagación se canceló a los 6 días. Los “guardias”, a pesar de ser jóvenes sanos física y mentalmente, comenzaron a tener conductas sádicas y comportamientos que humillaban al grupo que había sido escogido como “reclusos”. Incluso, sus acciones tendían a empeorar por la noche, cuando creían que las cámaras estaban apagadas. Alguno “reclusos” terminaron con trastornos emocionales. ¿Qué puede enseñar un raro experimento con este?

A pesar de las críticas, una de las conclusiones de la investigación fue que la situación fue la que provocó las conductas de los guardias y no sus personalidades. Parece ser que ante una situación en la que una persona tiene mucho poder, impunidad y gente bajo su control va a reaccionar de manera que pueda sacar todo el provecho de aquellos bajo su mando. Y esto se expresa de muchas maneras, aunque la más tangible es la violencia. 

He mencionado este caso porque quiero adelantar algunos apartes del ensayo que escribo sobre la novela El sueño del celta de Mario Vargas Llosa. En las selvas del Congo belga y en las de la Amazonía peruana la situación era muy parecida a la creada para el experimento de Stanford. Los colonos tenían total impunidad, permiso para hacer lo que quisieran y una motivación extra: unas avariciosas ganas de dinero. En consecuencia, los nativos de África y América debieron sufrir las vejaciones perpetradas por un grupo de extranjeros (tal como los “prisioneros” del experimento). 

Por ejemplo, en Iquitos, capital de la maquinaria de la Peruvian Amazon Company (PAC), el Gobierno peruano no tenía ninguna presencia. Y los policías y fiscales eran pagados por la empresa explotadora de caucho. Esto hacía que los capataces y “racionales” de la PAC tuvieran completa libertad para explotar, asesinar, mutilar y, en fin, hacer lo que fuera necesario para que la  producción de caucho se mantuviera al alza. Además, los empleados de Julio C. Arana, dueño de la empresa, no tenían salarios fijos sino que estos dependían de cuánto caucho pudieran proveer. También contaban con bonificaciones si el caucho recaudado un año superaba al del año anterior. Estas condiciones desembocaron en uno de los exterminios de nativos más grandes desde la conquista de América.

En el Congo la situación era parecida. Y tenían el permiso de la religión, que suponía que los africanos eran paganos y salvajes. Torturar, matar y castigar no eran entonces motivo de culpa y quienes cometían tales acciones contaban con la excusa de que estaban haciendo su trabajo y que eran ellos quienes se buscaban sus propios castigos.

Estos temas serán tratados en Entre el horror y la valentía, el ensayo que preparo. Me parece que se me está yendo un poco de las manos en la extensión, pero estoy seguro de que será muy fácil de leer y de gran ayuda para aquellos que quieren leer la novela El sueño del celta, pero cuentan con escaso conocimiento sobre el contexto histórico en que están enmarcados los hechos.

Roger Casement fue, sin duda, un hombre excepcional y arriesgado que encaró las mentiras del colonialismo solo para morir sin ningún honor en una cárcel de Inglaterra. Leer esta novela ha sido una de las grandes experiencias de mi vida de lector y espero compartir este entusiasmo con quienes aún no la han leído. Espérelo pronto, en La Iguana Lectora.

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