domingo, 22 de febrero de 2015

¿Quién nos enseñó a escribir?



Breve historia de la escritura y los libros. Narrada por Laura Peláez. Video editado por Jean Sebastián Benitez.
Este trabajo fue presentado en la clase de "Lectura y escritura como prácticas culturales", dejo el video y el guión.

El Homo Sapiens apareció en la Tierra hace 40 mil años. Poseía un rostro, una dentadura y un esqueleto menos robusto que sus antecesores; su cara era más bien ancha, con pómulos bastante pronunciados y su figura sensiblemente más esbelta. 

Los seres humanos nos inventamos la escritura hace apenas unos milenios. Los primeros sistemas de escritura datan de unos 8 mil años, sólo una quinta parte de la historia biológica de nuestra especie. Cuando hablamos de la historia de la escritura hablamos también de la historia de la lectura, los libros y de la capacidad humana de traspasar el presente y legar sus conocimientos al futuro.  Porque no nacimos para escribir. ¿Y cómo aprendemos a escribir? Trata de recordarlo un momento. Recuerda cuando eras niño y tenías que memorizar un montón de letras y hacer ejercicios todo el tiempo. ¿Lo tienes? Pues bien, podemos escribir gracias a la extraordinaria capacidad de nuestro cerebro de crear nuevas conexiones entre las neuronas que biológicamente están determinadas para otras tareas. Los ingenieros de software lo llaman “arquitectura abierta”. Nuestro cerebro es un bello ejemplo de arquitectura abierta. ¿Muy complicado? Piensa en que cada vez que aprendes algo en realidad son tus neuronas haciendo nuevas amigas. Y eso funcionó cuando aprendiste a montar en bici o cuando intentas recordar algo.

La escritura, una vez inventada, se desarrolló a lo largo de milenios. Desde las tablillas cuneiformes de los sumerios en el 5 mil antes de Cristo hasta los modernos computadores. Pasado por los fenicios, los egipcios, los griegos, los romanos y las culturas actuales. El viaje es largo, pero la humanidad pudo sobreponerse al tiempo con el simple hecho de llevar contabilidades anotadas en una tablilla de arcilla llevada a cocción.

Detengámonos un momento. Ya está inventada la escritura. ¿Qué contamos? Es decir, ¿Qué contenidos ponemos en lo que escribimos? La repuesta es historias. A los humanos siempre nos han gustado las historias. De reyes, batallas, aventuras y misterio. ¿A quién no le gustan las historias? En un principio, digamos en Grecia, la lectura de historias eran un hecho público. La gente leía en voz alta y por eso no necesitaban signos de puntuación ni letras separadas. Pero en un momento de la historia todo cambió. Y la gente empezó a dejar de leer en voz alta. Los griegos, fenicios y egipcios habían leído en voz alta. Pero con la invención del códex, auténticos libros empastados, y, siglos más tarde, de la imprenta, el mundo empezó a leer en voz baja. Es hasta aquí donde queríamos llegar.

El libro es tal vez el objeto que más nos acerca a la privacidad. Con la lectura individual surge un fenómeno muy interesante: la libertad mental frente al texto. Cuando usted lee solito, lo que usted lee sólo usted lo sabe y lo que opina de lo que lee es asunto suyo. Y en esa medida empieza a aparecer la posibilidad de cuestionar los órdenes históricos, de pensar como usted quiera acerca de lo que usted quiera. Por eso en los libros está la capacidad que tienen las personas de formarse su propio criterio acerca de la vida.

Con los valores de la Ilustración, luego de siglos de Edad Media, los libros recobran protagonismo. Los libros son capaces de cambiar realidades. Los genios de la Ilustración como Montesquieu, Voltaire y Rousseau, empezaron a pensar una sociedad libre de los absolutismos. Para ese fin la gente tenía que saber de qué el estaban hablando cuando le hablaban de política, educación o equidad. Es entonces cuando nace la Enciclopedia, como la idea del ordenar universal de todo lo conocido por el hombre.

A partir de ahí es que los libros se convierten templos del saber, en amigos, en catalizadores en el cambio de las sociedades. Pongamos unos ejemplos.

Durante muchos años Inglaterra fue despida en su forma de tratar a los niños: había fábricas donde niños de 12 años tenían que trabajar duramente. Charles Dickens fue uno de esos niños. Abandonado y sucio en las calles de Londres decidió someterse a la injusticia de un sistema laboral explotador. Cuando Dickens escribió todos los libros sobre la infancia, sobre la tristeza de la infancia, esos libros causaron tal impacto en Inglaterra que las primeras leyes de protección a la infancia se hicieron a partir de los escritos de Charles Dickens sobre Oliver Twist.

En 1831 Víctor Hugo escribió El jorobado de Notre Dame. La iglesia de Notre Dame estaba abandonada y servía como depósito de alimentos. Nadie le había vuelto a parar bolas. A partir del éxito de la novela empieza una campaña del Ayuntamiento para reconstruirla, para restaurarla y hoy es el símbolo de París.

Uno de los hombres más recordados en América Latina es Jorge Luis Borges. Quien, cuando se estaba quedando ciego, fue nombrado director de la Biblioteca y el tipo se inventa un poema que le queda así:
POEMA DE LOS DONES

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
autógrafo

El libro tiene una historia de evolución intelectual que empezó con las viejas civilizaciones del oriente. Hoy es casi un arma para cuestionar los regímenes que están fuera y dentro de nosotros. Cuando exploramos el pasado en indagamos sobre el presente podemos pensar en un mejor futuro.

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