miércoles, 24 de septiembre de 2014

Álvaro y una Barranquilla de hace tiempo




La biografía de Álvaro Cepeda Samudio estaba entre las otras novedades de la Biblioteca Central, de la Universidad de Antioquia. Ponen un pequeño estante con los libros que llegan nuevos. Es la segunda edición, publicada en 2012 por la Editorial Planeta, del texto escrito por Claudine Bancelin, barranquillera de origen francés, según reza una de las solapas del libro.    

Álvaro Cepeda Samudio nació en Barranquilla en 1926. Esta biografía es un recorrido, a ratos demasiado anecdótico, por la vida de un escritor barranquillero tan importante como olvidado. Parece ser que a veces la fama es solo cuestión de que se hable de las personas y no de la profundidad de lo que pudieran decir o haber dicho, escribir y haber escrito. La vida de Cepeda Samudio fue la encarnación de lo que hierve en las cabezas de los barranquilleros en cada carnaval: el desenfreno, el ron, la música y los amigos. Sin embargo, sus columnas no son una improvisación sino el producto de la vista aguzada del buen periodismo y  de la sensibilidad de quien lee y hace literatura.

Leer este libro ha sido una experiencia parecida a ver las fotos que antes guardábamos en álbumes. Las escenas de los eventos que sucedieron hace mucho, que parecen haberse ido de nuestra memoria, pero que unas pocas letras o imágenes pueden evocar en apenas instantes. Pasearse por la vida de Álvaro, desde su nacimiento “en la calle Bolívar, entre las carreras Veinte de Julio y Progreso”, los amigos entrañables, los empleos y cargos que en los trabajó, la vida pública de la alta sociedad de la Barranquilla de entonces y su relación con los migrantes que llegaron desplazados por las sucesivas guerras; todo se conjuga en la personalidad de aquel Álvaro vital que conocieron las calles de Barranquilla.

Ver a este maravilloso personaje, en cada esquina que la biógrafa menciona, cada rincón, calle, lugar simbólico, es también tratar de imaginar una ciudad que parece que ya no nos pertenece. Este libro, a la par de Cepeda, intenta reconstruir aquella prosperidad del caribe que fue fugaz pero suficiente para impregnar a generaciones y generaciones de habitantes de una magia y un estupor ante el mundo que hoy se encuentra esfumado de la cotidianidad de las personas. Desplazadospor la insensatez, la idea generalizada de que no hay que preocuparse por el pasado sino únicamente por el presente y el futuro. Que, por cierto, no están muy claros que digamos.

La vida de Álvaro Cepeda Samudio refleja la entrañable naturaleza de ser barranquillero, costeño y colombiano. Su desenvoltura en la época de esplendor del Colegio Americano, la Industria Cervecera, el periodismo local, debería recordarnos el progreso del pasado para proyectarlo en la ciudad que nos gustaría tener. Una ciudad que prometía prosperidad a sus habitantes. Que dejó atrás las casas de barro y bahareque para entrar en la modernidad. Son situaciones que aún se ven en ciertos edificios, muy hermosos, de centro de Barranquilla: con columnas tubulares coronadas de bellos capiteles, la arquitectura de las ventanas y las puertas bien pensadas respecto a la salida del sol y los días calurosos. Tenemos tanto por rememorar y reconocer, pero nos cuesta porque el recuerdo se encuentra hundido en la suciedad y la hediondez de las calles atiborradas de vendedores, transeúntes y carros.


Álvaro lo entendió siempre. Y este libro, su biografía, habla desde el propio Cepeda sobre cómo pueden cambiarse las realidades desde el buen uso de las palabras. Porque nunca un pueblo que no logre reconocerse tendrá el derecho a
construir un proyecto de ciudad, y será condenado a las sucesivas pestes del olvido, de las que hoy apenas, con este tipo de esfuerzos, podemos intentar curarnos.

martes, 23 de septiembre de 2014

17 obras y dos bonus track. Clase 1

Un recorrido por la historia de la literatura universal
Por: Alberto Márquez

Primera clase
La aventura de leer

        Les doy las gracias a todos por venir. Hoy, antes de empezar con el recorrido por la historia de la literatura, que anuncia el título de este ciclo, quisiera que nos tomemos al menos dos sesiones para aclarar un par de temas que me parecen fundamentales para cualquiera que intente ser un buen lector o, en lo posible, un lector medianamente perspicaz, astuto y crítico.

         Como ustedes saben, estas clases se van a dividir en dos partes: en primer lugar se impartirá la “lección” (léase: lección entre comillas) sobre el tema que yo proponga. Luego tendremos un espacio de al menos treinta minutos, para responder las preguntas que puedan surgir y proponer nuevos temas para próximas clases, o comentar cualquier autor o libro que les guste y que estén leyendo.
        Creo que con estas aclaraciones es suficiente. Empecemos con la lectura.

        Vivimos en la sociedad más interconectada de todos los tiempos. Hemos avanzado mucho en el acortamiento de las distancias, la difusión del conocimiento y la democratización de la cultura. Fuimos más allá que Colón al llegar por estas tierras y trazar el mapa entre el viejo y el nuevo continentes. Es en este mundo donde la lectura, el acto de leer, constituye algo así como una paradoja1. Desde de que la educación pública, gratuita y obligatoria se pusiera de moda en el mundo hasta hoy, los sistemas educativos se han extendido en términos de cobertura a muchas regiones del mundo. En nuestro país, hay que admitirlo, las escuelas públicas han llegado a lugares muy apartados de las principales ciudades. Esto podría hacernos creer que las personas reciben un adecuado proceso de instrucción y aprendizaje de la lectura, pero nos damos cuenta de que el asunto no es así. Por otra parte, a pesar de la globalización y el nuevo protagonismo de la palabra escrita (los miles de ejemplares que se imprimen, los portales de noticias, el acceso a bibliotecas públicas), esto no asegura que los lectores sean críticos con lo que leen o que aprendan de lo que han leído. Es justamente allí donde reside la paradoja.

        Como ustedes ya habrán deducido, en culturas letradas, leer con atención constituye una habilidad indispensable para asistir la revelación del mundo. En la actualidad los nuevos formatos digitales nos exigen nuevas estrategias para leer y aprender de lo leído. Incluso con la posibilidad de comunicarnos con los autores que pudieron escribir los textos que leímos con pasión: en las ferias del libro, de editoriales o por medios virtuales como las famosísimas redes sociales.

       Lo que vamos a hacer es aproximarnos al término leer. Ustedes mismos deben haber usado el verbo leer en  muchas ocasiones en distintos contextos y para muchas formas de comunicación donde no solo está involucrada la palabra escrita, porque también hablamos de leer con las imágenes, los números y las señales de tránsito. Pues bien, para empezar hagamos una lista de cosas que se puedan leer. Se leen libros, epístolas, el periódico, las notas musicales de un pentagrama, los mapas, los estados de ánimo de las personas. Y para ponernos esotéricos, hay gente que afirma leer las cartas del tarot, las líneas de las manos, las bolas de cristal o el tabaco2.

        Muchos de estos objetos pueden parecernos extraños. Pero basta con que revisemos nuestro propio léxico y la forma en que hablamos cotidianamente, para darnos cuenta de que en efecto el verbo leer es utilizado en todos estos casos. Bueno sí, está bien, pero ¿qué tiene en común todas estas cosas que leemos? Pueden estar preguntándose. La verdad es que cuando leemos siempre leemos signos. Siempre que pasamos la vista por un objeto (o una persona, según vimos) este objeto es susceptible de ser leído porque lo que comunica es una realidad exterior al objeto –o sujeto– mismo. Con excepción de quienes puedan leer con el sistema braille, donde no se ve sino que se toca. 
        Sobre esto quiero que hagamos énfasis. Porque nos dará la clave para entender el significado más profundo y las implicaciones del acto de leer.

       Hablemos del signo ¿les parece? El signo ha sido definido de muchas maneras dependiendo del área que se trate. No  cabe duda, sin embargo, de que cuando nos referimos a un signo estamos hablando de un “objeto, fenómeno o acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro”3. Un signo consta de dos partes o “caras”, como las de una moneda, que son indisolubles. Una, la parte que se ve, es decir el significante y otra que no se ve pero que aquella evoca el significado. Todo el tiempo vemos (y oímos) signos: cuando pasamos la calle con el semáforo en verde, cuando cruzamos en la siguiente cuadra porque tiene el número que estábamos buscando o cuando tenemos una conversación. También la brisa fría puede ser un indicio de que la lluvia está cerca, al igual que las nubes negras. Son signos tanto las palabras que leemos en el periódico como la frente tibia que anuncia la fiebre (en este caso se habla también de síntoma). Incluso hay quienes dicen que el ser humano se encuentra inmerso en un mundo donde todo puede ser un signo. ¿Qué tiene esto que ver con tomar un libro y leer sus páginas? Bueno, saber leer constituye la habilidad culmine de los seres humanos para interpretar signos, habilidad que, por cierto, nos pertenece sólo a nosotros.

        Para el término leer hay varias acepciones en el DRAE, pero quizá una buena definición sea esta que leí hace poco “tal vez no haya mejor definición de lo que significa leer que el permanente esfuerzo para resolver acertijos o, mejor todavía, develar misterios”4. Cuando tenemos ante los ojos cualesquiera de los objetos que dijimos, estos sólo comienzan a tener un verdadero significado si poseemos la clave para asignarle un sentido a eso que vemos.

De esta forma el acto de leer se refiere a algo más que pasar la vista por lo escrito, saber cómo “suenan” las vocales (solas y acompañadas por las consonantes) o recordar la realidad a que remiten los signos. Saber leer constituye haber alcanzado un grado de adquisición de la lengua que permite asociar lo escrito con lo hablado, es una capacidad humana que nos deja explorar el pasado, el presente y pensar en el futuro. Lo que empezó como una forma de registro de ganado, la escritura, es hoy por mucho la manera de picarle el ojo a la muerte y al silencio y hacer viajar las ideas en el tiempo y las generaciones de hombres. Leer es también pensamiento, privacidad, imaginación. No hay nada más íntimo, ni siquiera el acto sexual, que tener un libro entre las manos y ojear sus líneas: es conversación con nuestra forma de leer, pero también con nuestra forma de pensar, ver el mundo y relacionarnos con los demás.            

Sin duda leer parece un proceso difícil de describir. Y lo es ¿Cómo fue que los hombres aprendimos, en el transcurso de la evolución, a asociar grafemas con contextos, modos de vida, conceptos abstractos? ¿Cómo consiguen los niños aprender ese intrincado sistema llamado lengua y su representación gráfica? No pretendo responder estas importantes preguntas, pero deberíamos hacer hincapié en una cuestión un poco turbia: los  procesos cognitivos que involucra el acto de leer.
Quisiera que empezáramos leyendo5 este fragmento que da inicio al texto de Marcel Proust  “Sobre la lectura”, tienen un minuto:

No hay quizá día de nuestra infancia que no hayamos vivido tan plenamente como aquellos que pasamos con uno de nuestros libros preferidos. Todo aquello que parecía entretener a los demás nosotros lo apartábamos como un obstáculo vulgar ante un placer divino: el juego que un amigo venía a proponernos justo en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaba a levantar los ojos sobre la página o a cambiar de lugar, las provisiones para la merienda que nos habían hecho llevar y que dejábamos a nuestro costado, sobre el banco, sin tocarlas, mientras que por encima de  nuestra cabeza el sol perdía fuerza en el cielo azul, la cena que nos aguardaba y de la que sólo pensábamos en salir para terminar, enseguida después, el capítulo interrumpido. La lectura nos hacía sentir la incomodidad de todo aquello, pero esta gimnasia intelectual lograba en nosotros un recuerdo tan dulce (mucho más preciado, a nuestro juicio actual, que aquello que leíamos con tanto amor) que, si se nos ocurre todavía hoy hojear los libros de antaño es simplemente como revisar esos únicos almanaques conservados de días extintos, con la esperanza de ver reflejados en sus páginas las casas y los estanques que ya no existen.  

Mientras leían han pasado una serie de procesos maravillosos en cada uno de sus cerebros. Estos procesos son de muchos órdenes; en ellos están incluidas los pensamientos, los recuerdos, las añoranzas de la juventud y la niñez, las palabras, la gramática de la lengua, la vista y en suma las redes neuronales que poseemos para el reconocimiento del mundo exterior e interior que cada uno habita. Seamos detallistas. Piensen un momento en qué ha pasado por sus cabezas mientras leían.

Cuando leí este texto, déjeme decirles, esbocé una sonrisa casi sin darme cuenta. Varios de mis recuerdos vinieron a mí enseguida. Y si ustedes son parecidos a mí este texto debió evocar en cada cual los propios recuerdos de cuando empezaron a leer. Si bien durante la infancia o entrados ya en años. De seguro pensaron en aquellos lugares, como la habitación, la biblioteca pública, el viejo corredor o la escuela, donde dieron sus primeros pasos lectores. Siempre leemos por la incapacidad de quedarnos solo con nuestra vida. Y leer (también ver películas y noticias) es la expresión de la dualidad de querer emociones fuertes, al mismo tiempo que estabilidad sentimental.

Al leer somos capaces de abandonar nuestra propia conciencia para mudarnos al punto de vista de otra persona, lejana de nuestro tiempo y cultura. Cuando leemos somos capaces de imaginar lugares a los que no hemos ido nunca, personas que no hemos conocido y que de otra forma no existirían en nuestra cotidianidad. Es ese paso de una realidad a otra, de un espacio a otro, lo que con el tiempo va creando en nosotros el acervo intelectual y dulce que es recordar historias. Cuando regresamos de Macondo, Narnia, La Atlántida, Troya o el País de las maravillas, venimos frustrados, cansados o inspirados, pero siempre enriquecidos.

Pero volvamos a Proust. Cuando les he pedido que lean las 211 palabras de este texto en menos de un minuto. Han tenido que realizar variadas acciones. Pongamos algo de orden y demos algunos ejemplos. Lo primero que debieron hacer sus sistemas de atención y ejecutivo, de sus cerebros, fue planear cómo leer a Proust a toda prisa y entendiéndolo. Luego, sus sistemas visuales han emprendido en cuestión de milésimas de segundo, el reconocimiento de datos acerca de la configuración de las letras, la forma de las palabras y las frases comunes a los sistemas lingüísticos que esperaban la información. Tales sistemas han relacionado sin pérdida de tiempo los símbolos visuales sutilmente diferenciados con la información esencial sobre los sonidos de las palabras. De forma completamente inconsciente, han aplicado la automatización de las normas sobre los sonidos de las letras que rigen en nuestro sistema de escritura: el español. Y al hacerlo, han utilizado una infinidad de procesos lingüísticos.

        Mientras aplicaban todas estas normas a la proyección que tenían en frente (me refiero al Video-beam), activaron la batería pertinente de procesos de comprensión e idiomáticos con una rapidez que sigue asombrando a los especialistas. Un ejemplo es que mientras leían una palabra como “banco” no sólo activaron la representación mental que correspondía al significado de esa palabra en este contexto, sino que activaron todas las acepciones (“lugar para depositar el dinero”, “conjunto de peces”, “asiento para sentarse”) y entre ellas escogieron la que más se ajustaba a la frase leída.  Para conseguir todo aquello, sin olvidar lo que habían venido leyendo debieron hacer uso de su memoria de trabajo. Que les permite relacionar los significados de las palabras, una por una, si perder el hilo de lo narrado. Han relacionado toda la información lingüística con sus propios contextos y recuerdos solo para una cosa: lograr la comprensión del texto. El cual, en efecto, describe un día en la vida de un niño, donde el tiempo se desdobla, se alarga, por efecto de la lectura.

Todo lo que hemos visto hasta ahora, que sé no es poco, es sólo una excusa para que entiendan en qué medida leer es indispensable para hacernos más humanos, no mejores personas, pero sí seres más conscientes de nuestras  decisiones y consecuentes con ellas. Ahora quiero hacerles algunas sugerencias. Voy a pedirles que sean los mejores lectores. Que presten más atención a cada palabra que lean, escuchen o escriban. Ya saben las reglas del juego de la lectura, ahora inventen su propia forma de leer, más crítica, más perspicaz, menos ingenua. Quiero que tomen la capacidad que ya tienen para asignarle significado al mundo y la extrapolen a todo aquello que lean: les ayudará a que las cosas se les revelen en su más profundo significado.

Como ya se habrán percatado, leer les ayudará a tener un conocimiento más amplio de las vidas que vayan más allá de las suyas propias. Por eso lean sin demasiados prejuicios, creyendo en la veracidad de las historias fantásticas. Leer con atención y críticamente le dará además las herramientas lingüísticas para mostrar sus propias historias y llegar a un público más amplio.

Así que acompáñenme en esta travesía por la literatura del mundo, que incluirá pasajes tenebrosos. Porque vamos a descender al mismísimo Tártaro y a los círculos del infierno. Veremos seres fantásticos, guerras interminables y dioses caprichosos. Visitaremos amplios campos de hierba fresca y fruta madura. Nos sumergiremos en la infinidad poética de los versos, las leyendas y las historias. Conoceremos infinidad de personajes que vendrá de la China Antigua, las ciudades medievales y modernas, y los países que están cruzando el charco, en la otra orilla: Francia, Inglaterra, Alemania. Como también los que están a la vuelta de la esquina y el nuestro propio.

Empezaremos con la Ilíada de Homero y toda la tradición griega del mundo de la guerra entre troyanos y aqueos. Así que si pudieran leer algo sobre este maravilloso libro o el libro mismo, estaría perfecto. Ahora solo me queda abrir el espacio para las preguntas.

Notas
1. Este apunte lo hacen en uno de los libros que leí al planificar esta clase: Saber leer.
2. La lista de objetos que se pueden leer salió de un texto del Ministerio de Educación Nacional: Leer para comprender, escribir para transformar.
3. Definición del Diccionario práctico del estudiante.
4. Esta definición de “leer” está en el mismo texto del Ministerio.
5. La idea de leer el texto de Proust lo más rápido posible la tomé de otro libro que leí para planificar esta clase: Cómo aprendimos a leer.
Todos los títulos se encuentran en la bibliografía.
Bibliografía
1. Giovanni Parodi, Marianne Peronard y Rómulo Ibáñez. Saber leer. Bogotá: Aguilar, 2010. ISBN: 978-958-704-965-7.
2. Francisco Cajiao. “¿Qué significa leer y escribir?”. En: Ministerio de Educación Nacional. Leer para comprender, escribir para transformar. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 2013, p. 53-60.
3. Maryanne Wolf. Cómo aprendimos a leer. Barcelona: Ediciones B, 2008. ISBN: 978-84-666-3835-7.