sábado, 19 de julio de 2014

Leer, estudiar, rayar

No me gusta mucho el término ratón de biblioteca. Los ratones son escurridizos, y además son peores que el fuego dañando libros. Más bien deberíamos decir iguana de biblioteca, una persona más lenta, más reptiliana. O pajarraca de biblioteca, que sería alguien que habla demasiado. Quizá perezoso de biblioteca, quien cree que aprende por ósmosis apenas recostando la frente en la portada del libro. Y en fin.  El caso es que quiero hablar de bibliotecas y de una en especial: Efe Gómez, de la Universidad Nacional, sede Medellín. No se puede hacer una clasificación de bibliotecas más allá de dónde están ubicadas (biblioteca escolar, comunitaria, universitaria…) o dependiendo de los libros que contienen (especializada en ciencias, artes, revistas-hemeroteca-). Sin embargo, quisiera, de entrada, clasificar la biblioteca en cuestión como la Biblioteca del Estudiante Pervertido.
Un paseo a vuelo de pájaro por muchas de las bibliotecas del país revela un hecho interesante: la pulcritud de ciertos libros. Son tomos que permanecen casi intactos. Ordenados, sin mucho trajín. En ocasiones conservan ese suave olor a vainilla (o que a mí me parece vainilla) de libro nuevo. Sin esas feas estriaciones en la cubierta. O rayas o tachones. Sin muchos sellitos en el cartoncito de atrás. Es decir, prácticamente vírgenes. Sus hojas se conservan alineadas, no tienen huellas de pulgares en ninguna de sus páginas o rastros de comida o tiritas de borrador. La perfección, como siempre, tan aburridora.
Por otro lado esa diferencia revela hechos importantes. ¿Qué lee la gente? Pues lee los libros que estén en peor estado. No resultaría grato a que te dijeran “estás más tocada que Harry Po-potter de biblioteca pública”. Es decir, se puede inducir que un libro más dañado es un libro más leído. Más aún, se hace predecible el tipo de personas que deberían frecuentar la biblioteca: más ingenieros, más poetas, más esnobs.
La Biblioteca del Estudiante Pervertido es así. O bueno, es una extrapolación de ese hecho. No quiero asustar con el nombre, con eso de “Estudiante Pervertido”.  No intento decir que los estudiantes de la Nacional son pervertidos, no. El nombre es más en sentido figurado.
Todos venimos de rincones de este país que no lee un carajo. Esto suena a frase de cajón, a banderita de revista cultural. Yo lo que creo es que leer siempre será cosa de unos pocos. Venimos, digo, a confluir en espacios más amplios, más libres, más interesantes. Todo el campus es símbolo de respeto (aunque a veces no tanto, con tanto mamerto rayando paredes), de tolerancia, de ciencia y personas que quieren aprender. Pero el espacio central, según creo, es la biblioteca. Y es importante encontrar a tantos muchachos y tan curiosos. Consiste en una experiencia reveladora: ¡las personas sí leen! Los estudiantes leen, los profesores leen, las señoras y las muchachas leen. Y este flujo constituye la base del aprendizaje. Es maravilloso encontrar un rincón del mundo en que el libro es un objeto más activo, más importante. El lugar donde esto se aprecia mejor es los anaqueles de los libros de reserva: el constante cambio del volumen de libros. Todos
nos dirigimos allá por un Chang, por un Tarbuk o un Stewart. Un acto inusitado, pero interesante.
En la Biblioteca del Estudiante Pervertido sucede que los libros pierden la virginidad muy rápido. Es tan preciso aprender,  que el libro acaba sufriendo los estragos de aquella necesidad. Donde hay cierta belleza. Es afectivo y, tal vez, conmovedor que un libro se desgaste porque todos necesitan de él. Sus estrías, marcas, tachones, correcciones (los libros también se equivocan) demuestran un sentimiento más universal de la necesidad de todos, y deberían mostrar, a su vez, el respeto que estos objetos se merecen.
Amo la Efe Gómez. Su arquitectura y sus libros. Otra cosa que pasa con los libros es que tienen letricas entre las páginas. Un apunte, una corrección, una línea subrayada. No quiero decir que esté bien rayar y, al fin, destruir los libros. Pero a veces, ciertos comentarios resultan útiles. He notado que sirve prestar atención a un concepto que alguien más subrayó. A una ecuación difícil de entender que alguien hizo más comprensible con un apunte a su lado. O unas líneas entre ambas matrices que me ayudaron a comprender mejor cómo se multiplican unas con otras. Una vez encontré un dibujito, que de seguro hizo alguien mientras se aburría de la misma forma en que yo me estaba aburriendo al pasar por ese capítulo del libro. Esas son huellas, buenas o malas, pero en ocasiones útiles. Descansan junto a los otros tachones, dibujitos, marcas de dedos y restos de borrador, que son la forma más sutil de desgastar al libro.

Por supuesto que los ingenieritos de la Nacional se la pasan con Álgebra, Geometría, Química, CÁLCULO, Ciencias de la Tierra, en fin… Pero, en verdad, deberían ir y desvirgar libros de Filosofía, Artes, Literatura Y Política. Ellos también necesitan cariño.

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