jueves, 3 de agosto de 2017

El caso del Congo en la novela de Joseph Conrad





Pero su alma estaba loca. Al encontrarse sola en la selva había mirado dentro de sí misma y, ¡santo cielo!, os lo aseguro, se había vuelto loca.
El corazón de las tinieblas





No fue una guerra. No fue una invasión. Nadie quería echar raíces allí. Y nadie huía irremediablemente para no volver jamás a Europa. La cuenca del río Congo no era un territorio estratégico en términos ideológicos. Aquella inmensa e inexplorada zona que seguía siendo el África interior, cuyo corazón ecuatorial constituía la región que Bélgica se apropiaría, representaba para los imperios europeos un foco de extracción de recursos casi inagotable. Entre finales de 1884 y principios de 1885 catorce Estados fueron convocados en Alemania para debatir acerca de la expansión europea en África. Otto von Bismarck, para entonces canciller de la Alemania imperial,  convocó y presidió la llamada Conferencia de Berlín que dividió África entera –salvo Etiopía y Liberia– entre las potencias que hicieron parte del encuentro. Leopoldo II, rey de Bélgica, se anexó como provecho de la reunión un inmenso terreno que dispuso desde entonces a título personal: le État Indépendant du Congo. La criba literaria de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas condensa el horror propagado por la extracción desaforada de riquezas a través del relato de una perversa invasión individual.

El Congo (sea río, país, Estado o colonia) es un tema obsesivo. El eco de esas dos sílabas aún transporta el vago rumor de la peste violenta con que fue llevada a África la noticia de Europa. Las cifras que hacen parte de cualquier recuento histórico del Congo siempre te dejan pasmado: los millones de muertos, las toneladas de material (sea caucho, madera, cobre o coltán), los kilómetros de río. Todo parece salido de cauce y es difícil imaginar cómo el mundo industrial se abrió paso entre la selva y las enormes cataratas. Sobre todo porque el proyecto colonizador inició casi por completo a mano. Desde la construcción del ferrocarril que unía a Matadi con Kinsasa hasta la extracción artesanal del caucho, todo se realizó a músculo vivo. No sin mano esclava, como a pocos años de la repartición de África notó E. D. Morel. Y es inquietante porque visto de cerca, con la luz puesta sobre los hombres, lo único que puedes hacer es intentar desentrañar las razones que inducen a alguien a hacer parte del engranaje genocida. Muchos se fueron al Congo con el ansia de hacerse ricos rápidamente y lo lograron. Otros tenían curiosidad. Había quienes veían en el comercio incipiente la oportunidad de redimirse del propio pasado. Visto desde el presente, se puede suponer que puesto que el lugar era un hervidero de anomia cualquiera que pusiera un pie allí por obligación saldría cambiado. Pero la evidencia apunta hacia otra cosa. La indiferencia del hombre blanco (viniera de donde viniera: desde Portugal hasta Inglaterra) podía llegar a tal punto de considerar a los nativos como bestias irremediables. Solo unos pocos pudieron reflexionar acerca del verdadero impacto del tan mencionado progreso. Hombres como Joseph Conrad, Roger Casement o Edmund D. Morel mostraron desde distintos formatos el significado de intervenir un territorio tan basto en única función de satisfacer las demandas industriales de Europa y Estados Unidos. 

            Como muchas otras novelas de la época El corazón de las tinieblas se publicó por entregas. Salió a la venta entre febrero y abril de 1899, en la revista inglesa Blackwood´s Magazine. La historia de Charlie Marlow está narrada como un relato dentro de otro. Nunca conocemos el nombre o la personalidad del verdadero narrador, quien dice “yo”, porque su participación está apenas supeditada a comentar la manera en que Marlow cuenta a tientas su travesía en África. La interpretación que puedo ofrecer luego de leer la novela es que más que hacer un recuento del horror lo que intenta Conrad es ahondar en el fenómeno invasivo del mal a escala individual.

Quizá influido por la idea de que las sociedades humanas avanzan hacia estadios cada vez más sofisticados y complejos Marlow inicia su historia con el recuento de su ingreso a la selva, que es lo mismo que decir su ingreso al pasado. Podríamos pensar que es metafórico el asunto del río de penumbras cada vez más opresivas y compactas. La verdad es que en aquella época entre más te alejabas de la costa, donde la gran desembocadura del río sacaba el suelo hasta formar cataratas bajo la superficie, mayor era el oprobio al que la población nativa era sometida. Este hecho fue constatado por Roger Casement y es a su vez narrado por Mario Vargas Llosa en la novela El sueño del celta. Lo metafórico para mí radica más bien en el hecho de que el buque avance hacia lugares en los que el envilecimiento comienza en el extravío individual que cada cual sufre:

Remontar aquel río era regresar a los más tempranos orígenes del mundo, cuando la vegetación se agolpaba sobre la tierra y los grandes árboles eran los reyes. Un arroyo seco, un gran silencio, un bosque impenetrable. (…) Las aguas al ensancharse fluían entre una multitud de islas arboladas; se podía uno perder en aquel río tan fácilmente como en un desierto y tropezarse durante todo el día con bancos de arena, tratando de dar  con el canal, hasta que se creía uno hechizado y aislado para siempre de todo lo que había conocido antes, el algún lugar, muy lejos, en otra existencia tal vez.
King´s Leopold Ghost, es un libro de Adam Hochschild que documenta la escandalosa cifra de diez millones de muertos durante la existencia del Estado Libre del Congo. Inicia con una anécdota protagonizada por el mencionado Morel. Edmund D. Morel trabajaba como administrativo de una de las empresas bucaneras que comerciaban en la región. Le resultaba bastante sorpresivo que mientras del Congo llegaban piedras preciosas, pieles, marfil y caucho hacia él solo se exportaban látigos, armamento y munición. La conclusión: no había ningún intercambio allí, sino mano esclava. Y en ese sentido Conrad pudo haber sido más explícito en su novela en cuanto al conjunto de atrocidades narradas. El asesinato sistemático debió ir en escala. Y El corazón de las tinieblas no se ahorra las escenas violentas. Es en especial quinestésico el momento en que acaban de matar al negro y anciano timonel. Marlow, concentrado en la dirección del buque, se percata de que tiene los pies calientes: es la sangre. Sin embargo, el mal que conquista al hombre es encarnado por alguien más, no por Marlow, quien, con todo, se resiste. Las condiciones de la selva penetran la individualidad hasta arrinconarla contra el borde de la locura. El personaje que “simboliza la fusión de las tinieblas de la selva con la oscuridad interior del ser humano” (García Ríos, 2016) es en realidad Kurtz. 

El misterio que todo buen relato posee es aquí no una circunstancia sino un personaje. La breve aparición de Kurtz en la trama es la punta del iceberg de su mito. Cuando Marlow se decide a llevar el manojo de cartas que Kurtz le había entregado hasta la casa de su prometida, leemos uno de los pasajes mejor logrados de la novela. Marlow es presa de una de esas posibilidades literarias en que el tiempo se duplica. En el mismo momento que estrecha la mano de la mujer, en casa de ella, puede ver a Kurtz a su lado: “Pero, mientras estábamos todavía estrechándonos la mano, vino a su rostro tal expresión de espantosa desolación, que comprendí que ella era una de esas criaturas que no son juguete del Tiempo. Para ella, él había muerto solo ayer”. Y 

“(…) Les vi juntos, les oí juntos. Ella había dicho con la respiración contenida: “He sobrevivido”, mientras mis oídos tensos parecían oír con nitidez el susurro recapitulador de la condenación eterna de él, mezclado con el tono de remordimiento desesperado de ella”.
¿Qué personaje podía dejar una huella tan indeleble como para que su recuerdo se actualizara tanto que no se pudiera borrar? 

La misión de Marlow en el Congo consiste en remontar el río hasta la estación en que Kurtz se encuentra y regresar con él y con el marfil que ha conseguido. Los dos primeros tercios de la novela dan la impresión ser el extenso prefacio acerca de la personalidad de Kurtz. La información sobre el personaje va siendo dosificada dentro de las conversaciones (en ocasiones escuchadas a medias), lo que otros personajes dicen, los enigmáticos tambores y mojones que al final resulta que están adornados con cabezas humanas. Marlow intenta hacerse una imagen de un hombre que muchos envidian y otros admiran y se sorprende de que lo que en realidad logra construir en su mente es una voz. De hecho, cuando la embarcación es atacada por indígenas –he aquí el momento en que muere el timonel– y se presume que Kurtz ha muerto él solo puede pensar en que ha perdido el privilegio de escuchar su voz.

El evidente trasfondo histórico de El corazón de las tinieblas está sustentado en la propia vida de su autor. Conrad viajó a África en 1890 para hacerse cargo del buque Roi des belgues, propiedad de la compañía SGB, que comerciaba en el Congo. Seis meses bastaron para que saliera asqueado del sitio a causa de la brutalidad con que los europeos trataban a la población local. Sin embargo, la intención histórica y biográfica está matizada en la novela. Ni siquiera hay topónimos que sugieran un referente geográfico. Da la impresión de que los personajes con los que Marlow interactúa no son más que meras referencias de lo que pasaba en aquel mundo. El director, los peregrinos, los negros que llevan el mantenimiento del buque son presa de un embrutecimiento que los hace actuar con ritmo monótono. No pretendo decir con ello que la acción narrativa no oscile con altibajos de tensión y conflicto, sino más bien que la manera en que esta acción se pone en marcha en manos de los personajes proyecta cierta dejadez, fluido mecánico (valga el oxímoron) y, en últimas, enajenación. 

La novela funcionará en todo caso como una de esas confrontaciones que el arte suele proveer. El Congo sigue siendo hoy un lugar de desasosiego al mando de gobernantes egoístas. Es de allá de donde se sacan los minerales necesarios para construir computadoras, celulares y tabletas. Este mismo ensayo ha sido escrito en una Toshiba que compré en el centro comercial. Quizá también yo soy un poco culpable. 

Bibliografía

García Ríos, A. (2016). Prólogo. En J. Conrad, El corazón de las tinieblas (págs. 9-22). Madrid: Alianza editorial.