Seguramente el lector ha visto esas
películas de terror en las que el personaje se encuentra frente a un oscuro vacío.
Puede ser un sótano, un bosque. La cosa es que este personaje se acerca
lentamente con una temblorosa luz de linterna al lugar donde el monstruo se
encuentra. Todo espectador ha dicho o pensado el consabido “Por favor, no vayas
por ahí”. El personaje, sin embargo, se hunde por voluntad propia en la sombra.
Y de pronto ¡tenga! Sale el demonio con su risa y cara deshechas a cumplir su
cometido. ¿Estás seguro de que atenderías tu propio concejo en una situación
así?
Ya hace algún tiempo que sucedió.
El hecho lo conté entre amigos en algunas ocasiones. Pero solo ahora lo
escribo. Recién nos habíamos pasado mi madre y yo. Escogí el último cuarto de
la casa, una pequeña habitación que da al patio y está en el más apartado
rincón de la segunda planta. Tenía una cama sencilla y en una pequeña mesa de
noche el talco y desodorante. El resto de mis cosas las tenía en el estudio, en
el primer piso, de modo que esta
habitación tenía como destino exclusivo la dormida nocturna.
Una noche me entretuve leyendo
hasta tarde en el computador. Tenía conmigo mi silla de estudiar. Hice lo de
siempre: vestí mi piyama, apagué el aparato y me acosté. Suelo dormir de lado.
Esa vez estaba acomodado de tal forma que mi cara quedaba viendo hacia la
puerta. Me quedé dormido.
No sé a qué horas sucedió todo,
pero era ya tarde. En medio de la oscuridad oí el sonido de la puerta
estrellándose contra la silla que había dejado: alguien la había abierto. Como
me despierto con cualquier sonido abrí los ojos. Vi como de un solo golpe la
puerta se cerraba sola. El pánico, además de las ideas acerca de lo
sobrenatural, me sobrecogió. ¿Era posible? Hasta ahora nunca había tenido una
de esas “experiencias paranormales” ¿Iba esta a ser la primera? No lo sabía.
Pero el temor me atolondró y los músculos se me tensaron. Sudé.
Debí esperar algunos segundos
antes de que mi cerebro reaccionara. No creí posible que la puerta en verdad se
hubiera cerrado sola. Alguien lo habría hecho. Pero yo no había visto nada más
que un portazo sin ninguna mano o cuerpo. Lo que hice fue pararme. Los miedosos
no nos ponemos de una en el piso, eso nunca. No se sabe si lo que te espantó
podrá entonces agarrarte el pie. Yo me paré encima de la cama y prendí el foco.
Todo en calma. Abrí la puerta lentamente. Oscuridad absoluta. Fui hasta la
cocina, encendí la luz. Caminé hacia una de las ventanas, estaba abierta. ¿Un
ladrón? Ya lo veremos. Cogí un cuchillote de los de mi mamá. Y aquí estoy yo,
en medio de la noche, a punto de bajar las oscuras escaleras, sabiendo que algo había abierto y cerrado la puerta
de mi habitación, con un cuchillo en la mano, sudando. Es el momento de decir
no vayas por ahí. Yo sin embargo, sigo. Debía saber qué había sido aquello. La
curiosidad me arrastraba, quizá, hacia el fin.
Bajé las escaleras pensando en
cómo sería mejor apuñalar a un posible ladrón. Si desde arriba, a lo Norman
Bates o si en forma pendular. Escogí la segunda. En silencio llegué a la
habitación de mi madre. Entré. Ella estaba bien, dormía.
-Ma, acaba de pasarme algo muy
raro.
-Fui yo.
Ella no me había visto cuando
llegué. Subí demasiado rápido y me acosté sin despedirme. Solo quería ver que
estuviera en casa. Pero la oscuridad no me dejó a mí ver que había sido mi
madre la del portazo.