Breve historia de la escritura y los libros. Narrada por Laura Peláez. Video editado por Jean Sebastián Benitez.
Este trabajo fue presentado en la clase de "Lectura y escritura como prácticas culturales", dejo el video y el guión.
El Homo Sapiens apareció en la Tierra hace 40 mil años. Poseía un
rostro, una dentadura y un esqueleto menos robusto que sus antecesores; su cara
era más bien ancha, con pómulos bastante pronunciados y su figura sensiblemente
más esbelta.
Los seres humanos nos inventamos
la escritura hace apenas unos milenios. Los primeros sistemas de escritura
datan de unos 8 mil años, sólo una quinta parte de la historia biológica de
nuestra especie. Cuando hablamos de la historia de la escritura hablamos
también de la historia de la lectura, los libros y de la capacidad humana de traspasar
el presente y legar sus conocimientos al futuro. Porque no nacimos para escribir. ¿Y cómo
aprendemos a escribir? Trata de recordarlo un momento. Recuerda cuando eras niño
y tenías que memorizar un montón de letras y hacer ejercicios todo el tiempo.
¿Lo tienes? Pues bien, podemos escribir gracias a la extraordinaria capacidad
de nuestro cerebro de crear nuevas conexiones entre las neuronas que
biológicamente están determinadas para otras tareas. Los ingenieros de software
lo llaman “arquitectura abierta”. Nuestro cerebro es un bello ejemplo de
arquitectura abierta. ¿Muy complicado? Piensa en que cada vez que aprendes algo
en realidad son tus neuronas haciendo nuevas amigas. Y eso funcionó cuando
aprendiste a montar en bici o cuando intentas recordar algo.
La escritura, una vez inventada,
se desarrolló a lo largo de milenios. Desde las tablillas cuneiformes de los
sumerios en el 5 mil antes de Cristo hasta los modernos computadores. Pasado
por los fenicios, los egipcios, los griegos, los romanos y las culturas
actuales. El viaje es largo, pero la humanidad pudo sobreponerse al tiempo con
el simple hecho de llevar contabilidades anotadas en una tablilla de arcilla
llevada a cocción.
Detengámonos un momento. Ya está
inventada la escritura. ¿Qué contamos? Es decir, ¿Qué contenidos ponemos en lo
que escribimos? La repuesta es historias. A los humanos siempre nos han gustado
las historias. De reyes, batallas, aventuras y misterio. ¿A quién no le gustan
las historias? En un principio, digamos en Grecia, la lectura de historias eran
un hecho público. La gente leía en voz alta y por eso no necesitaban signos de
puntuación ni letras separadas. Pero en un momento de la historia todo cambió.
Y la gente empezó a dejar de leer en voz alta. Los griegos, fenicios y egipcios
habían leído en voz alta. Pero con la invención del códex, auténticos libros empastados, y, siglos más tarde, de la
imprenta, el mundo empezó a leer en voz baja. Es hasta aquí donde queríamos
llegar.
El libro es tal vez el objeto que
más nos acerca a la privacidad. Con la lectura individual surge un fenómeno muy
interesante: la libertad mental frente al texto. Cuando usted lee solito, lo
que usted lee sólo usted lo sabe y lo que opina de lo que lee es asunto suyo. Y
en esa medida empieza a aparecer la posibilidad de cuestionar los órdenes
históricos, de pensar como usted quiera acerca de lo que usted quiera. Por eso
en los libros está la capacidad que tienen las personas de formarse su propio criterio
acerca de la vida.
Con los valores de la
Ilustración, luego de siglos de Edad Media, los libros recobran protagonismo.
Los libros son capaces de cambiar realidades. Los genios de la Ilustración como
Montesquieu, Voltaire y Rousseau, empezaron a pensar una sociedad libre de los
absolutismos. Para ese fin la gente tenía que saber de qué el estaban hablando
cuando le hablaban de política, educación o equidad. Es entonces cuando nace la
Enciclopedia, como la idea del ordenar universal de todo lo conocido por el
hombre.
A partir de ahí es que los libros
se convierten templos del saber, en amigos, en catalizadores en el cambio de
las sociedades. Pongamos unos ejemplos.
Durante muchos años Inglaterra
fue despida en su forma de tratar a los niños: había fábricas donde niños de 12
años tenían que trabajar duramente. Charles Dickens fue uno de esos niños.
Abandonado y sucio en las calles de Londres decidió someterse a la injusticia
de un sistema laboral explotador. Cuando Dickens escribió todos los libros
sobre la infancia, sobre la tristeza de la infancia, esos libros causaron tal
impacto en Inglaterra que las primeras leyes de protección a la infancia se hicieron
a partir de los escritos de Charles Dickens sobre Oliver Twist.
En 1831 Víctor Hugo escribió El jorobado de Notre Dame. La iglesia de
Notre Dame estaba abandonada y servía como depósito de alimentos. Nadie le
había vuelto a parar bolas. A partir del éxito de la novela empieza una campaña
del Ayuntamiento para reconstruirla, para restaurarla y hoy es el símbolo de
París.
Uno de los hombres más recordados
en América Latina es Jorge Luis Borges. Quien, cuando se estaba quedando ciego,
fue nombrado director de la Biblioteca y el tipo se inventa un poema que le
queda así:
POEMA
DE LOS DONES
Nadie
rebaje a lágrima o reproche
esta
declaración de la maestría
de
Dios, que con magnífica ironía
me
dio a la vez los libros y la noche.
De
esta ciudad de libros hizo dueños
a
unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer
en las bibliotecas de los sueños
los
insensatos párrafos que ceden
las
albas a su afán. En vano el día
les
prodiga sus libros infinitos,
arduos
como los arduos manuscritos
que
perecieron en Alejandría.
De
hambre y de sed (narra una historia griega)
muere
un rey entre fuentes y jardines;
yo
fatigo sin rumbo los confines
de
esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias,
atlas, el Oriente
y
el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos,
cosmos y cosmogonías
brindan
los muros, pero inútilmente.
Lento
en mi sombra, la penumbra hueca
exploro
con el báculo indeciso,
yo,
que me figuraba el Paraíso
bajo
la especie de una biblioteca.
Algo,
que ciertamente no se nombra
con
la palabra azar, rige estas cosas;
otro
ya recibió en otras borrosas
tardes
los muchos libros y la sombra.
Al
errar por las lentas galerías
suelo
sentir con vago horror sagrado
que
soy el otro, el muerto, que habrá dado
los
mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál
de los dos escribe este poema
de
un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué
importa la palabra que me nombra
si
es indiviso y uno el anatema?
Groussac
o Borges, miro este querido
mundo
que se deforma y que se apaga
en
una pálida ceniza vaga
que
se parece al sueño y al olvido.
autógrafo
El libro tiene una historia de
evolución intelectual que empezó con las viejas civilizaciones del oriente. Hoy
es casi un arma para cuestionar los regímenes que están fuera y dentro de
nosotros. Cuando exploramos el pasado en indagamos sobre el presente podemos
pensar en un mejor futuro.