No me gusta mucho el término
ratón de biblioteca. Los ratones son escurridizos, y además son peores que el
fuego dañando libros. Más bien deberíamos decir iguana de biblioteca, una
persona más lenta, más reptiliana. O pajarraca de biblioteca, que sería alguien
que habla demasiado. Quizá perezoso de biblioteca, quien cree que aprende por
ósmosis apenas recostando la frente en la portada del libro. Y en fin. El caso es que quiero hablar de bibliotecas y
de una en especial: Efe Gómez, de la Universidad Nacional, sede Medellín. No se
puede hacer una clasificación de bibliotecas más allá de dónde están ubicadas
(biblioteca escolar, comunitaria, universitaria…) o dependiendo de los libros
que contienen (especializada en ciencias, artes, revistas-hemeroteca-). Sin
embargo, quisiera, de entrada, clasificar la biblioteca en cuestión como la Biblioteca del Estudiante Pervertido.
Un paseo a vuelo de pájaro por
muchas de las bibliotecas del país revela un hecho interesante: la pulcritud de
ciertos libros. Son tomos que permanecen casi intactos. Ordenados, sin mucho
trajín. En ocasiones conservan ese suave olor a vainilla (o que a mí me parece
vainilla) de libro nuevo. Sin esas feas estriaciones en la cubierta. O rayas o
tachones. Sin muchos sellitos en el cartoncito de atrás. Es decir, prácticamente
vírgenes. Sus hojas se conservan alineadas, no tienen huellas de pulgares en
ninguna de sus páginas o rastros de comida o tiritas de borrador. La
perfección, como siempre, tan aburridora.
Por otro lado esa diferencia
revela hechos importantes. ¿Qué lee la gente? Pues lee los libros que estén en
peor estado. No resultaría grato a que te dijeran “estás más tocada que Harry
Po-potter de biblioteca pública”. Es decir, se puede inducir que un libro más
dañado es un libro más leído. Más aún, se hace predecible el tipo de personas
que deberían frecuentar la biblioteca: más ingenieros, más poetas, más esnobs.
La Biblioteca del Estudiante Pervertido es así. O bueno, es una
extrapolación de ese hecho. No quiero asustar con el nombre, con eso de “Estudiante Pervertido”. No intento decir que los estudiantes de la
Nacional son pervertidos, no. El nombre es más en sentido figurado.
Todos venimos de rincones de este
país que no lee un carajo. Esto suena a frase de cajón, a banderita de revista
cultural. Yo lo que creo es que leer siempre será cosa de unos pocos. Venimos,
digo, a confluir en espacios más amplios, más libres, más interesantes. Todo el
campus es símbolo de respeto (aunque a veces no tanto, con tanto mamerto
rayando paredes), de tolerancia, de ciencia y personas que quieren aprender. Pero
el espacio central, según creo, es la biblioteca. Y es importante encontrar a
tantos muchachos y tan curiosos. Consiste en una experiencia reveladora: ¡las
personas sí leen! Los estudiantes leen, los profesores leen, las señoras y las
muchachas leen. Y este flujo constituye la base del aprendizaje. Es maravilloso
encontrar un rincón del mundo en que el libro es un objeto más activo, más
importante. El lugar donde esto se aprecia mejor es los anaqueles de los libros
de reserva: el constante cambio del volumen de libros. Todos
nos dirigimos allá
por un Chang, por un Tarbuk o un Stewart. Un acto inusitado, pero interesante.
En la Biblioteca del Estudiante Pervertido sucede que los libros pierden
la virginidad muy rápido. Es tan preciso aprender, que el libro acaba sufriendo los estragos de aquella
necesidad. Donde hay cierta belleza. Es afectivo y, tal vez, conmovedor que un
libro se desgaste porque todos necesitan de él. Sus estrías, marcas, tachones,
correcciones (los libros también se equivocan) demuestran un sentimiento más
universal de la necesidad de todos, y deberían mostrar, a su vez, el respeto
que estos objetos se merecen.
Amo la Efe Gómez. Su arquitectura
y sus libros. Otra cosa que pasa con los libros es que tienen letricas entre
las páginas. Un apunte, una corrección, una línea subrayada. No quiero decir
que esté bien rayar y, al fin, destruir los libros. Pero a veces, ciertos
comentarios resultan útiles. He notado que sirve prestar atención a un concepto
que alguien más subrayó. A una ecuación difícil de entender que alguien hizo
más comprensible con un apunte a su lado. O unas líneas entre ambas matrices
que me ayudaron a comprender mejor cómo se multiplican unas con otras. Una vez
encontré un dibujito, que de seguro hizo alguien mientras se aburría de la
misma forma en que yo me estaba aburriendo al pasar por ese capítulo del libro.
Esas son huellas, buenas o malas, pero en ocasiones útiles. Descansan junto a
los otros tachones, dibujitos, marcas de dedos y restos de borrador, que son la
forma más sutil de desgastar al libro.
Por supuesto que los ingenieritos
de la Nacional se la pasan con Álgebra, Geometría, Química, CÁLCULO, Ciencias
de la Tierra, en fin… Pero, en verdad, deberían ir y desvirgar libros de
Filosofía, Artes, Literatura Y Política. Ellos también necesitan cariño.