Me gusta andar en bicicleta. En
Medellín el sueño de que los ciudadanos puedan desplazarse usando la bici es
realizable. Hay largas ciclo vías y el sistema de préstamo de estas amigas
rodantes es fácil y gratuito. Lo malo son las empinadas calles. Bajar las lomas
de la ciudad es divertido. Subirlas no lo es tanto. En cuestión de minutos
(serían menos si no tuviera que sortear mi camino a la merced de tantos carros)
puedo estar en la universidad, en la Alpujarra o en la Biblioteca Piloto. Me
gusta sentir que voy rápido al descender. También me gusta, cosa que no espero
que otros compartan, la extenuante tarea de pedalear hacia mi casa, hacia arriba.
Siento que vivo. El dolor que mis músculos soportan mi recuerda que sigo siendo
joven. Pero hay algo que no me gusta. Es más, algo que odio: el tráfico.
Mi diccionario de escritorio lo
define simplemente como el “tránsito de vehículos”. Ya sabemos, pues, que la
palabra ha cambiado ligeramente de significado y ahora la definición sería más
bien “tránsito lento de vehículos, especialmente en horas pico”. ¿Qué cosas
odio del tráfico? Lo que todo el mundo odia, supongo; largas filas de carros
que avanzan lento, el humo que los carburadores tiran al aire, el ruido de los
motores y los pitos, la apretazón que se sufre en los buses del servicio
público. Y las muchas consecuencias de lo anterior: menos espacio para caminar,
menos tiempo para el silencio, el aire cada día más contaminado (y que como
resultado respirar sea todos los días más difícil) y la terrible sensación que
provoca a quienes gusten de hacer caminatas la idea materializada de verse
arrinconados en una ciudad que no les pertenece ya más.
Solo quiero hacer énfasis en un par de
cuestiones. No soy ingeniero civil ni planeador urbano. Tampoco sé manejar.
Evidentemente, no tengo carro. Pero sí he podido observar ciertas conductas que
me parecen relevantes en este tema. La primera es que hay demasiados carros. El
carro es el sueño de varios de los millones de colombianos, vida feliz: “casa,
carro y beca”. Tener un carro es la base
del statu quo. Sin embargo
llenar las ciudades de vehículos es una torpeza. Porque la mayoría no lleva
completo el cupo de su carro. Entonces tenemos a una sola persona ocupando
muchísimo espacio de la calle, espacio que ocupa todo el armatoste del carro.
Puede fijarse, lector, la próxima vez que se encuentre inmerso en un trancón:
cuántos conductores están solos en su vehículo. Serán muchos, se lo aseguro.
Otra cosa son las motos. Como era
apremiante desplazarse de un lugar a otro. Y como no todos tenían el dinero
para comprar un carro la solución llegó en forma de motor con dos ruedas. Y las
motos inundaron las avenidas, calles y carreras; por no decir andenes o espacio
público (plazas, parques). Las motos, lo que es decir los conductores de las
motos, son un problema. No por la moto en sí, más bien por las muchas motos que
hay en la ciudad. Y entonces tenemos una ciudad así: ¡Cuidado con la moto!
–dice la señora que va en el bus antes de bajarme. Las motos abusan de su
facilidad para meterse entre los autos, se montan en los andenes, van en
contravía, a toda velocidad, no paran en los semáforos en rojo por ende sufren
accidentes en todo momento.
Ahora, la ciudad. Como se
necesita más espacio para más carros y motos (y camiones y mulas) los alcaldes
entienden que tienen es que hacer calles
más anchas. Doble calzada. Puentes de dos, tres, cuatro pisos.
Parqueaderos. Estaciones de servicio. Toda la ciudad puesta al sevicio de unos
cuantos. Y volvemos al viejo problema de quien cree que porque paga puede pasar
por encima de los derechos de los demás: el dueño del carro.
¿No hay gente que necesita llevar
a los niños a la escuela? ¿No hay quiene deben llegar más rápido al trabajo?
¿No existen quienes quieren pasear, para quienes manejar es todo un placer? Sí,
obviamente. No quiero que desaparezcan los autos. Lo que sí pudiera ser
reconfortante es un mejor servicio público de transporte (más barato, más
ecológico, con más espacio), de modo que los autos no se agolparan en las vías.
Sabemos ya que el carro no nos está llevando a los lugares más rápido. Una
paradoja de nuestras sociedades, compras algo que te ayudará a ir más rápido pero
en realidad vas más lento.